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“Lo que han descubierto es que el comportamiento generoso activa una zona específica del cerebro, la región “temporoparietal”. Y la sensación de felicidad, debido a su conexión con el placer, activa por su parte dos zonas cerebrales vinculadas a la recompensa, el estriado ventral (relacionado con el sistema límbico) y la “corteza orbitoparietal”. El nuevo estudio ha identificado además los mecanismos cerebrales, mediante los cuales el comportamiento generoso modula la sensación de felicidad” (Tendencias 21, 16-07-17).
Tal vez lo más llamativo del descubrimiento sea saber que la medida de la actividad del cerebro permitió establecer que el mero hecho de la simple promesa de comportarse generosamente activa la zona altruista en el cerebro y refuerza la comunicación con la zona cerebral de la felicidad.
Según los investigadores, quedan por investigar dos aspectos importantes: 1) si es posible entrenar y reforzar la comunicación entre las áreas cerebrales implicadas en la generosidad y la felicidad; y 2) si el efecto persiste cuando este efecto se realiza de manera consciente. Es decir, si la gente es generosa sencillamente porque eso le hace sentirse mejor. La imagen cerebral no desvela si estos procesos se pueden manipular.
No son pocas las reflexiones y cuestionamientos que plantea este descubrimiento sobre el comportamiento generoso y la felicidad que provoca. Por ejemplo, el discurso tópico para la promoción del consumo seguirá engañando prometiendo felicidad, alegría, éxito a cambio de la adquisición de productos de consumo, pero quienes se fíen más de la ciencia que de las motivaciones persuasivas o manipuladoras de la publicidad, tendrán claro qué pueden esperar del consumo y qué de su propia generosidad.
Los economistas que tienen su fe puesta en la acumulación de dinero podrán comprender que la generosidad altruista gratuita no es un costo o gasto improductivo, sino un fruto fecundo de la afectividad madura. Podrán entender que la economía del Bien Común es más rentable y muy superior a la economía del capitalismo salvaje.
La experiencia y la fenomenología de la generosidad evidencian que este comportamiento arrastra consigo diversos valores personales y sociales, como la integración y vivencia del sentido social de todos los bienes que poseemos, la escala de valores de quien incorpora a los otros, a los beneficiarios, en la propia dinámica afectiva y social entre generoso y receptor con lazos que contribuyen a la unión y a la unidad, el interés real y no sólo intencional por el bienestar de los demás, aportar semillas del sentimiento de gratitud y reciprocidad, el sentido de pertenencia a una comunidad en la que la persona generosa se siente corresponsable del bienestar de todos, el ejercicio de libertad demostrando que al ser generoso soy libre para desapegarme de lo que quiero y traspaso a otros para que también gocen con el bien recibido, etc.
La experiencia de las madres es un incomparable testimonio de la felicidad que les aporta su generosidad al darse y darle todo gratuitamente a la criatura en sus entrañas, y al darla a luz, entregándola al padre y a la familia y ella darse haciéndose alimento para el hijo o hija que engendró.
Es interesante constatar que la ciencia confirma lo que Jesús de Nazaret dijo hace veintiún siglos. En el libro de los “Hechos de los Apóstoles” San Pablo recuerda a sus amigos recién convertidos al cristianismo una afirmación de Cristo conocida en la tradición oral de las primeras comunidades: “Se es más feliz dando que recibiendo” (Hech 20,35). Cristo mismo lo confirmó con su experiencia personal, dio su tiempo, su energía, su poder de sanar, su sabiduría, se dio a sí mismo “amando hasta el extremo” y “pasó por todas partes haciendo el bien” siempre gratuita y generosamente; y era tan feliz que hasta los niños lo buscaban y le querían; le gustaba festejar la amistad y la esperanza incluso con “publicanos y pecadores”, constantemente invitó a la generosidad hasta dar la vida por los demás.