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Con las investigaciones de Howard Gardner se amplió el horizonte al hacernos saber con su teoría de “las múltiples inteligencias” que definitivamente no es una sola, sino que hay varios tipos de inteligencias. Para Gardner son ocho las inteligencias: verbal, lógico matemática, espacial, musical, kinésica, interpersonal, intrapersonal y naturalista. Reconoció que en la historia ha habido y hay personas extraordinariamente destacadas en inteligencia espiritual, pero con su metodología de clasificación no se animó a incluirla como una inteligencia específica más. Cada persona puede tener más de unas inteligencias que de otras. Daniel Goleman añadió dos más, la inteligencia emocional y la inteligencia social, Richard Davidson eliminó la duda de Howard Gardner demostrando con rigurosa investigación neurológica que hay en el cerebro una zona especializada para la “inteligencia espiritual”.
Los especialistas en pedagogía han comprendido rápidamente la importancia de diferenciar las distintas inteligencias y han comenzado a incorporar los descubrimientos de esas investigaciones y a proponer estrategias para facilitar en educación el desarrollo de unas y otras.
Hasta ahora en todo este proceso de investigación y aplicación sobre las inteligencias se ha medido si hay mucha o poca inteligencia en cada persona observando las respuestas a los test o los efectos y resultados que se logran con las diversas inteligencias, pero no se han planteado, al menos no nos han dejado dicho, cuál es el “fundamento de la inteligencia”, qué es lo que hace que una persona sea más o menos inteligente.
La revista Scientific Reports publicó la semana pasada (Article 16088-2017) un artículo recibido el 29 de agosto (2017) que recoge las investigaciones de un grupo de científicos especialistas del cerebro, dirigidos por la Dra. Erilke Basten de la Universidad Goethe de Alemania. En dicho artículo describen en síntesis cómo han logrado descubrir el fundamento neurológico de la inteligencia.
Los científicos alemanes han descubierto que las personas más inteligentes tienen conexiones en las redes neuronales de ciertas partes del cerebro mucho más intensas que las conexiones de los menos inteligentes. Además que las menos inteligentes tienen zonas cerebrales menos conectadas con el resto del cerebro. “Eso significa que las personas más inteligentes tienen mejor filtrado de las informaciones menos pertinentes, lo que repercute en su capacidad de reacción sobre el resto de las informaciones”.
La menor conexión entre las partes y la menor intensidad de comunicación en las conexiones explican que en los menos inteligentes la información se acumula y retrasa, mientras que en las personas más inteligentes se procesa más rápidamente la comprensión y la toma de decisiones se hace con más acierto.
¿A qué se deben estas dos diferencias: la de la intensidad del flujo de información que pasa por las conexiones y la diferencia de tener partes del cerebro más o menos conectadas con el resto del cerebro?
Las causas de estos hechos no están aún definitivamente estudiadas, la pregunta queda abierta, pero el equipo alemán sugiere que sin duda hay influencia del factor biológico e insinúan también que puede influir en el mayor desarrollo de las conexiones la estimulación y actividad con las que se ha ejercitado el cerebro. Tareas cognitivas desafiantes pueden contribuir al desarrollo de las conexiones en las redes de las neuronas.
En la educación familiar y en la educación escolar, así como en la opinión de todos, hay consenso en estimar la inteligencia como una facultad de extraordinaria importancia para alcanzar logros en la vida; todos queremos ser inteligentes, que nos estimen por serlo y que nuestros seres queridos, hijos, madres, padres, hermanos, familiares y amigos lo sean. Admiramos y envidiamos a las personas inteligentes. La ciencia nos abre cada día más pistas para que, mediante la educación y estrategias psicopedagógicas, personales o por otros promovidas podamos acrecentar nuestro nivel de inteligencia.
jmonterotirado@gmail.com