Cargando...
La libertad de expresión cabe también a los propietarios o directores de medios. No por ser tales se los debe arrinconar en el silencio. ¿Cómo pretender que un periodista no tuviese ideas propias? ¿En nombre de qué “objetividad”? ¿Y qué es la objetividad? ¿Hacer un periódico descafeinado, sin opinión? De ser así, se cometería un grave daño a la libertad de pensar.
Son cuatro las funciones de la prensa que la sociedad le ha encomendado: informar, opinar, explicar, entretener. Cada vez más el ciudadano necesita informarse. Ya no es posible vivir en la ignorancia de lo que acontece en el barrio, en la ciudad, en el país, en el mundo. Ninguna decisión se puede tomar sin tener a mano cuanto sucede a nuestro alrededor. Pero suceden tantas cosas que apenas hay tiempo para procesarlas y distinguir aquellas que podrían ser de nuestro interés. Entonces está el periodismo de explicación, aquel que nos sitúa en el centro de las noticias. Pero podría no ser suficiente para un lector riguroso que buscará la opinión personal del periodista o el editorial, que es la opinión del medio.
Esta opinión, del periodista o del periódico, es un punto de vista particular entre muchos otros que podrían, desde luego, no ser coincidentes. Esta pluralidad, esta libertad de pensar distinto de otros es la esencia de la democracia. En esta situación la prensa, como órgano de opinión, como vocero de una parte de la sociedad, debe hacer escuchar su voz. No puede tener la misma opinión para los sectores en pugna. No puede elogiar a la derecha y a la izquierda al mismo tiempo. Criticarlas, sí, toda vez que no llenen la expectativa que se tiene en torno de ellas.
En este sentido de la pluralidad, no falta a la ética el medio que apoya a un determinado candidato político. La condición es que si lo hace debe ser con total transparencia, sin ocultación, sin disimulo. El lector tiene que saber qué diario compra, cuál es su preferencia ideológica. Ocultarla con el pretexto de la “neutralidad” es inmoral porque, además, se la va a notar en los titulares, en el espacio que se le asigna, en las adjetivaciones. Por más que quiera esconderla le va a salir la hilacha por todos los costados. Mejor nomás presentarse tal como se piensa.
Si la prensa tiene el derecho de tomar partido en una controversia, es su obligación abrir sus espacios a las noticias u opiniones contrarias. Negar este derecho a los demás es lesionar gravemente la libertad de expresión y la ética periodística.
No hay anormalidad, entonces, en el hecho de que un medio de comunicación apoye una determinada propuesta política. El enojo de Trump y sus seguidores no tiene, entonces, una razón valedera, más aún cuando la prensa adversaria no ha influido en las decisiones de los electores. Pese a una recia campaña periodística ganó el candidato republicano. Y esta es la segunda lección: se le atribuye a la prensa un poder que no lo tiene. Es un invento su influencia nefasta o benéfica, por lo menos en la dimensión que se le asigna. Tampoco es completamente inocua, algún daño puede causar, pero no en la magnitud que suele creerse.
Si la prensa tuviese en nuestro país el poder que dicen que tiene, ya no estarían paseándose por las calles centenares de corruptos que están en la función pública. Cada día los medios denuncian, demuestran, los más escandalosos hechos que salpican, que bañan, a quienes utilizan sus cargos para hacerse del dinero público de modo indebido. En este asunto, rara vez una campaña periodística es tomada en serio por las autoridades respectivas.
En fin, los medios de comunicación tienen derecho a tener ideas propias, defenderlas y apoyar a quienes las encarnan, sin marginar las ajenas. Asimismo, carece del tremendo poder que le asignan. Si no ganan elecciones, si no ayudan a encarcelar a los delincuentes ¿dónde está la inmensidad de su poder?
alcibiades@abc.com.py