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Juan Pablo II fue el primer pontífice en ir a aquel campo de exterminio alemán en suelo polaco. Fue en 1979 y durante su discurso el Papa no mencionó por nombre a los judíos allí exterminados, pero sí a los polacos, y se refirió a Auschwitz no por su denominación alemana por la cual se le conoce, sino por su nombre polaco: Oswiecim. Allí afirmó que “hubo seis millones de polacos que perdieron sus vidas durante la Segunda Guerra Mundial: la quinta parte de la nación”. La cifra de seis millones pronunciada en el contexto del genocidio nazi suele remitir a la población judía aniquilada; al omitir la mención explícita de los judíos en sus palabras y al enfatizar el sufrimiento de los polacos, Juan Pablo II probablemente haya buscado recordar al mundo el padecimiento polaco de la época. Lo cual podía entenderse a la luz de que él mismo era polaco y atravesó por esos años oscuros. ¿Pero era necesario hacerlo de ese modo? La comunidad judía internacional creyó que no, y le recordó al Pontífice que si bien era cierto que seis millones de polacos fueron asesinados entre 1939 y 1945, tres millones y medio de esos polacos eran judíos.
“Nosotros los judíos no sostenemos que hemos sido los únicos en sufrir”, intercedió Elie Wiesel oportunamente. “Tal como yo he repetido usualmente: no todas las víctimas fueron judías, pero todos los judíos fueron víctimas”. Así, una visita histórica y de extraordinaria importancia para el vínculo judeo-católico quedó empañada por un discurso papal controvertido.
En 2006 le llegó el turno a Benedicto XVI de ir a Auschwitz. Si su antecesor quiso exponer la victimización de los polacos durante la guerra, el papa alemán pareció querer minimizar el rol de los alemanes como verdugos durante la misma. En su discurso eludió caracterizar al Holocausto explícitamente como un crimen del pueblo alemán contra los judíos, atribuyéndolo en su lugar “a un grupo de criminales que alcanzó el poder mediante falsas promesas”. Una vez más, el pueblo judío debió lamentar que una acción católica positiva quedara envuelta en la polémica.
De manera que la determinación de Francisco de permanecer en silencio en Auschwitz ayudará a minimizar tensiones. A diferencia del polaco Wojtyla y del alemán Ratzinger, el argentino Bergoglio no carga sobre sus hombros con un pasado complejo que involucre a sus compatriotas en ese campo de exterminio, aun cuando su peronismo pueda recordar a la política pro-fascista de Juan Domingo Perón. Sus maletas son más livianas, históricamente hablando. Francisco se encontrará con sobrevivientes y con justos entre las naciones. Es decir, con gentiles que arriesgaron sus vidas para salvar a judíos perseguidos. Ese gesto tendrá una poderosa elocuencia que no requerirá palabras: simpatizará con las víctimas y honrará a los salvadores. Su sola presencia en ese espacio de muerte proyectará todo el simbolismo necesario. Al fin de cuentas, filosóficamente hablando, ¿qué puede decirse en Auschwitz?
©FIRMAS PRESS
*Autor de “Roma y Jerusalem: la política vaticana hacia el estado judío” (Debate). Enviado por Radio Jai a cubrir la visita papal a Polonia.