Cargando...
Los restos de José Asunción Flores deben descansar en el Panteón Nacional de los Héroes. Será un digno homenaje al Bicentenario de nuestra independencia.
El domingo pasado, en el suplemento cultural de este diario, se memoró al maestro cuyo talento independizó nuestra música. No solo es autor de algunas de las más inspiradas guaranias, sino también creador de un género musical que posibilitó a otros creadores seguir la senda. La crónica inspiró a Mario Velázquez para proponer que José Asunción Flores suba al altar que guarda a algunos de los compatriotas que hicieron más grande a la patria. Y Flores lo hizo. Lo sigue haciendo cada vez que se interpreta una guarania aquí o en el exterior.
Se expresó en el citado suplemento que la creación de la guarania es uno de los acontecimientos más relevantes de nuestra vida independiente. Afirma nuestra identidad cultural, enlaza nuestros sentimientos, nos hace universales.
La guarania fue el resultado de una larga y angustiosa búsqueda a partir de las melodías populares estructuradas con ritmos europeos como la polca y la galopa. Flores quería encerrar la sensibilidad musical nativa en algo propio, que expresase mucho mejor, con más fidelidad, la naturaleza artística del pueblo. Y se puso a investigar, estudiar, reflexionar, experimentar. Acercaba estas inquietudes a sus amigos y compañeros de la Banda de Músicos de la Policía de la Capital, a sus maestros, a cualquier otra persona que pudiera comprender la importancia de su proyecto singular.
Cuando creyó que la idea estaba para realizarse, tomó una melodía muy conocida, "Maêrápa reikuaase", en la que volcó sus aspiraciones de dar nacimiento a un nuevo ritmo. La interpretación por los músicos de la Policía tuvo un primer resultado: el asombro. La popular canción resultó enteramente nueva.
Ahora se le presentaba el otro desafío. Encontró la forma, pero el fondo tenía que ser igualmente novedoso. Su talento daba para mucho más que vaciar en un molde las melodías que no eran suyas. Al mismo tiempo de profundizar sus estudios musicales consciente de que los iba a necesitar en grado sumo se dedicó a la composición con entusiasmo y entrega generosa. Había encontrado el camino por donde llegaría a la gloria.
Data de 1925 su primera creación, "Jejuí", cuya interpretación pública fue escuchada por el presidente Eligio Ayala. Su sensibilidad y su cultura le permitieron apreciar la belleza de una melodía nueva, su importancia para el arte nacional y el singular talento del autor. El elogio del presidente de la República, junto con el de otras personas igualmente influyentes, permitió a "Jejuí" avanzar en la consideración pública y abrir expectativas sobre el compositor que, si fue capaz de esa primera y singular muestra, podría dar quién sabe cuántas otras y bellas creaciones.
No todo fue aplauso, desde luego. Como siempre cuando se emprende una empresa ambiciosa a partir del talento, aparecieron los eternos roedores del mérito sin fisuras. Primero fue la envidia de los mediocres; luego la maldad, la pequeñez, el recelo de los políticos.
Frente a esta situación inesperada, José Asunción Flores hizo lo que tenía que hacer: se encerró en sí mismo sin dejar resquicio por donde pueda filtrarse la malicia. Solo así tendría tiempo, físico y espiritual, para darse de lleno a la tarea grandiosa de componer las que hasta hoy, y para siempre, serían las melodías que expresan lo que dio en llamarse el alma de la raza.
Hay motivos para que la ciudadanía se una en el pedido a las autoridades para que José Asunción Flores esté en el Panteón Nacional de los Héroes con entera justicia y sobrados méritos.
alcibiades@abc.com.py
El domingo pasado, en el suplemento cultural de este diario, se memoró al maestro cuyo talento independizó nuestra música. No solo es autor de algunas de las más inspiradas guaranias, sino también creador de un género musical que posibilitó a otros creadores seguir la senda. La crónica inspiró a Mario Velázquez para proponer que José Asunción Flores suba al altar que guarda a algunos de los compatriotas que hicieron más grande a la patria. Y Flores lo hizo. Lo sigue haciendo cada vez que se interpreta una guarania aquí o en el exterior.
Se expresó en el citado suplemento que la creación de la guarania es uno de los acontecimientos más relevantes de nuestra vida independiente. Afirma nuestra identidad cultural, enlaza nuestros sentimientos, nos hace universales.
La guarania fue el resultado de una larga y angustiosa búsqueda a partir de las melodías populares estructuradas con ritmos europeos como la polca y la galopa. Flores quería encerrar la sensibilidad musical nativa en algo propio, que expresase mucho mejor, con más fidelidad, la naturaleza artística del pueblo. Y se puso a investigar, estudiar, reflexionar, experimentar. Acercaba estas inquietudes a sus amigos y compañeros de la Banda de Músicos de la Policía de la Capital, a sus maestros, a cualquier otra persona que pudiera comprender la importancia de su proyecto singular.
Cuando creyó que la idea estaba para realizarse, tomó una melodía muy conocida, "Maêrápa reikuaase", en la que volcó sus aspiraciones de dar nacimiento a un nuevo ritmo. La interpretación por los músicos de la Policía tuvo un primer resultado: el asombro. La popular canción resultó enteramente nueva.
Ahora se le presentaba el otro desafío. Encontró la forma, pero el fondo tenía que ser igualmente novedoso. Su talento daba para mucho más que vaciar en un molde las melodías que no eran suyas. Al mismo tiempo de profundizar sus estudios musicales consciente de que los iba a necesitar en grado sumo se dedicó a la composición con entusiasmo y entrega generosa. Había encontrado el camino por donde llegaría a la gloria.
Data de 1925 su primera creación, "Jejuí", cuya interpretación pública fue escuchada por el presidente Eligio Ayala. Su sensibilidad y su cultura le permitieron apreciar la belleza de una melodía nueva, su importancia para el arte nacional y el singular talento del autor. El elogio del presidente de la República, junto con el de otras personas igualmente influyentes, permitió a "Jejuí" avanzar en la consideración pública y abrir expectativas sobre el compositor que, si fue capaz de esa primera y singular muestra, podría dar quién sabe cuántas otras y bellas creaciones.
No todo fue aplauso, desde luego. Como siempre cuando se emprende una empresa ambiciosa a partir del talento, aparecieron los eternos roedores del mérito sin fisuras. Primero fue la envidia de los mediocres; luego la maldad, la pequeñez, el recelo de los políticos.
Frente a esta situación inesperada, José Asunción Flores hizo lo que tenía que hacer: se encerró en sí mismo sin dejar resquicio por donde pueda filtrarse la malicia. Solo así tendría tiempo, físico y espiritual, para darse de lleno a la tarea grandiosa de componer las que hasta hoy, y para siempre, serían las melodías que expresan lo que dio en llamarse el alma de la raza.
Hay motivos para que la ciudadanía se una en el pedido a las autoridades para que José Asunción Flores esté en el Panteón Nacional de los Héroes con entera justicia y sobrados méritos.
alcibiades@abc.com.py