Extranjeros en la aldea global

En un mercado periodístico en el que la oferta noticiosa se nutre de primicias perecederas, referir un episodio ocurrido hace poco más de una semana puede parecer tardío y poco apto para los titulares. En cambio, más que el hecho en particular lo que importa a los fines de este artículo es el marco general en el que se halla inserto.

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Confirmando la sostenida aunque fluctuante tendencia histórica, y tal como lo anticipaban todos los cálculos preliminares, el electorado hispano en EE.UU. se inclinó masivamente por la reelección de Barack Obama frente a su rival republicano Mitt Romney. Este hecho nos sirve, más allá de los comicios en sí, para reflexionar sobre las representaciones y el lugar que ocupa en la agenda ese “intruso que viene de afuera”.

“El resultado de esta elección mostró claramente que la agenda antiinmigrante es la verdadera perdedora”, señaló a la agencia AFP Cristina Jiménez, directora ejecutiva de United We Dream (Unidos Soñamos), organización que reivindica el Dream Act, ley que otorgaría la ciudadanía estadounidense a los estudiantes indocumentados llegados al país cuando eran menores de edad.

Los republicanos acusaron directamente los efectos de su retórica (y sobre todo su práctica) antiinmigrante al haber recibido en contra el 71% del voto latino. Los hispanos son la “minoría” estadounidense más grande y la que mayor crecimiento experimenta y experimentará en los próximos 10 años, según vaticinan algunos estudios demográficos.
Sin embargo, a la par del “mestizaje global”, y a contramano de los valores que postula la globalización, se observa el peligroso resurgimiento de integrismos bajo el subterfugio de que el arquetipo del ciudadano norteamericano varón, blanco y angloparlante está amenazado.

Con respecto a la incongruencia existente entre lo que la globalización proclama en cuanto al flujo irrestricto de mercancías y las medidas que aplican los países más industrializados en cuanto a la migración de personas, consultamos a Gerardo Halpern, investigador del Conicet y estudioso de la migración paraguaya en la Argentina, quien nos respondió haciendo referencia al mito de la globalización:

“La globalización ha venido acompañada de un mito, el de la ‘aldea global’. La idea de aldea escamotea que las desigualdades persisten y quedan escondidas debajo de los discursos de la diversidad. Es decir, la globalización supone una producción mercantilizada de determinados flujos (mercancías, objetos, dinero, etc.), pero no así de personas, dado que estas implican costos en su movilidad. Costos en los lugares de destino. La globalización ha mostrado cómo se puede trascender fronteras en todas las cosas, salvo en el... trabajo, es decir, en los migrantes. ¿Cómo se sostiene eso? La idea de la guerra de las civilizaciones va en ese rumbo. No se trata solo de que no se nos vengan los otros, sino de que tenemos la misión de civilizarlos (brutamente dicho, muy evolucionista y vigente). Ahora, el único modo de rechazarlos e invadirlos (colonizarlos) es ubicarlos dentro de una jerarquía inferior en la humanidad. El migrante es feo, sucio y malo; el árabe es un criminal asesino; los enfermos son contagiosos... y todo se puede sintetizar en las guerras de baja intensidad que se producen actualmente...”.

De esto último resulta esa discordancia insalvable entre la mundialización del capital del centro a la periferia y la xenofobia y el racismo desencadenado en reacción a las corrientes migratorias. Precisamente los panegiristas más duros de la desregulación del mercado son los que aplican las políticas más carcelarias contra el libre tránsito de las personas.

Pero todo orden es contingente y provisorio. Por ello, esa libertad reservada a la mercancía habrá de ser efectivamente conquistada por y para las personas en pos de una globalización más horizontal y democrática.

plopez@abc.com.py

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