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El operativo para combatir la contaminación del lago Ypacaraí nos llevó a uno de los tantos emprendimientos informales en la cuenca del Yukyry, en este caso en particular a una chanchería.
Frente a nosotros estaba un señor entrado en años o no, como la gente que trabaja curtida bajo el sol, que muy pronto llega a esa edad indefinida en donde sumados el cansancio y la desesperanza se le doblan los hombros, se le arruga la frente y se le va la luz de la mirada.
En cerrado guaraní nos recibió con la amabilidad de tierra adentro y para mi sorpresa con aparente alegría.
Rápidamente el mismo nos llevó a ver el chiquero. Mientras sorteábamos los chanchitos caminando hacia el arroyo, para comprobar la infracción, el hombre desgranaba sus preocupaciones a las autoridades presentes.
En su desesperación decía que se iba a desprender de los chanchos, porque no tenía forma de pagar los gastos del consultor ambiental y de la multa.
En ese momento empecé a tener sentimientos mezclados con una cierta pena acerca del destino de la chanchería.
Rápidamente aparté esos pensamientos de mi mente, no podía ser que con mi formación de abogada no estuviera absolutamente feliz con el resultado de un posible cierre, pero había algo más.
A la vuelta más tarde a casa, me puse a meditar seriamente en lo que había visto y me embargó de vuelta el mismo sentimiento.
El sentimiento de que hay muchas cosas que están mal en el país, muy mal.
Una de las raíces del problema, probablemente la principal, es que el Estado no existe o es como un fantasma que está omnipresente, pero que no se materializa en la realidad.
Sin Estado los eslabones más débiles de la cadena de la sociedad no tienen viabilidad y eso es lo que nos está pasando.
No podemos soñar con que las leyes se cumplan y tengamos la sociedad que queremos, vivir en el ambiente que deseamos, con la seguridad que anhelamos si no se invierte en donde se debe invertir.
Tenemos todo tipo de instituciones, programas, proyectos, pero la efectividad de los mismos es por lo menos cuestionable.
De otra manera no se explica que una gran parte de nuestra gente viva en esa orfandad total, orfandad de educación, de recursos, de medios, de todo.
¿Para qué sirven las entidades públicas de crédito si no es para apoyar a la microempresa y a la pequeña empresa?
¿Para qué tenemos las municipalidades y gobernaciones si no van a trabajar en la protección de sus recursos naturales?
¿Para qué tenemos tantos ministerios y secretarías si no van a ejercer sus competencias?
¿Hasta cuándo vamos a postergar la atención a la educación y a la salud?
Estamos a un mes de elecciones generales y necesitamos saber cómo los candidatos presidenciales piensan hacer efectiva la presencia del Estado más allá de la única y consabida actividad que conocemos, que es la de proveer “conchabos” mal pagados.
¿Qué es lo que prometen y en cuánto tiempo piensan cumplirlo?
¿Cómo van a impulsar a ese aparato anquilosado e invisible?
Todos dicen tener la receta mágica, ideal sería que empiecen a compartirla.
La alegría de Don Juan Pueblo cuando era intervenido por su falta era comprensible, fue la única vez que el “big brother” se había fijado en él.