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Siempre vigente en una sociedad cada más indiferente ante las desgracias y miserias humanas.
El narcotráfico es una realidad lacerante que ha llegado a afectar todos los estamentos de la sociedad, donde los principales afectados son las familias. Ya sea porque uno de sus miembros es un adicto o se ha convertido en víctima de hechos delictivos relacionados a las drogas.
Resulta sumamente preocupante la apatía y el silencio que se ha impuesto frente al narcotráfico. Una ruleta rusa colectiva, una macabra indiferencia, un riesgoso mutismo que solo nos conduce al suicidio. Muchos periodistas y medios de comunicación han dejado de informar sobre estos casos por el riesgo que corren, preocupados e incluso paralizados ante las amenazas.
Caacupé era un lugar donde todo paraguayo creyente quisiera vivir, a sus habitantes se les conoce como los “Tupãsy memby” (hijos de la madre de Jesús). Sin embargo, en los últimos años se ha convertido en una ciudad peligrosa, donde abundan los asaltos cada vez más violentos y robos. En su mayoría protagonizados por menores de edad adictos a las drogas.
Están dominados por dos microtraficantes que mantienen una extensa red de distribución que abarca casi todos los barrios y compañías de la ciudad y que tienen vínculos estrechos con agentes de la Policía Nacional e incluso del Ministerio Público y Poder Judicial, por lo que operan impunemente ante el miedo y el silencio de la ciudadanía.
Estos patroncitos o tíos, como se les llama, soportan procesos judiciales y son sobreseídos en tiempo récord sin siquiera visitar la cárcel.
La pregunta que queda es ¿será que la sociedad seguirá callando ante todos estos atropellos y permitirá que estas escorias sigan creciendo? O de una vez por todas exigirá a las autoridades que cumplan con su papel de proteger a la ciudadanía. Pensando en un futuro mejor para sus hijos y nietos. Porque definitivamente la espiral del silencio impuesta por los narcotraficantes debe terminar.