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Nuestro vecino del Sur, la República Argentina, está desde hace muchos años embarcada en un proyecto nuclear y la tecnología por ellos desarrollada es simplemente sólida. Su objetivo: ingresar en el mercado mundial de esta energía. Tienen, incluso, un prototipo ciento por ciento argentino, el Carem 150, que están queriendo hacerlo realidad en la provincia de Formosa. A esto hay que agregar dos plantas nucleares para la producción de electricidad que, afortunadamente para ellos, hasta el presente no han tenido accidentes que hayan significado derrame de material fisionable como ha ocurrido en muchos países, incluso en el Brasil.
Planta nuclear, para lo que sea, es casi sinónimo de accidente y usualmente grave. La experiencia mundial lo está demostrando. Los accidentes ocurren y son imprevisibles, razón por la que siempre, en todas partes, se trata en lo posible de tomar todas las medidas necesarias para que ello no ocurra. Pero todo es inútil. El accidente nuclear está siempre y con seguridad en la puerta de la planta.
Por lo expuesto, la elección del lugar para un buen emplazamiento es vital y una de las razones es no emplazarla, por ej., a orillas de un río caudaloso por el grave riesgo que un derrame nuclear significaría para todas las poblaciones asentadas en sus márgenes.
Y ahora nos encontramos con un gran programa nacional argentino, con se propone invertir 39.000 millones de dólares en diez años, que incluye el proyecto de Formosa, que fabricará productos medicinales nucleares y un reactor nuclear para producir electricidad.
Es, simplemente, llevar dentro de las posibilidades un accidente de derrame nuclear que podría afectar a nuestro país y a 25 o 30 millones de habitantes de Formosa, Santa Fe, Entre Ríos, la Capital Federal y la provincia de Buenos Aires. Para el Paraguay sería un desastre de proporciones nacionales, del que no sabemos si podríamos salir conservando nuestra identidad, nuestro ordenamiento jurídico y nuestra independencia. Razón por la que nos asombra la pasividad de nuestra Cancillería. No se trata de que el canciller sea flojo. El es solo un “corre, ve y dile” que cumple las órdenes del Señor Presidente de la República. Horacio Cartes es el único responsable de nuestras relaciones exteriores. Y para esos millones de argentinos significará que se encontrarían, de la noche a la mañana, mínimo sin agua potable.
Es lo que decíamos al principio: la instalación del complejo nuclear en la provincia de Formosa, a orillas del río Paraguay es, en pocas palabras, una espada de Damocles, pendiente de un cabello, sobre las cabezas de millones de paraguayos y argentinos.