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Es sumamente llamativa la reacción de la ciudadanía paraguaya ante los últimos acontecimientos estudiantiles de la UNA que, por cierto, no es el único caso, ya que el movimiento se ha extendido a otras universidades y colegios. ¡Qué hermoso y significativo es ver a simples ciudadanos o grupos o empresas llevar comida, agua, colchones, carpas y otros enseres útiles a los jóvenes manifestantes! Es signo de una alianza entre la ciudadanía y los estudiantes; es signo de que la causa por la que se manifiestan y luchan los jóvenes es también la causa de la mayoría de los habitantes de nuestro país. Es haber descubierto que hay una estrecha relación entre la academia y la sociedad. No son realidades separadas, existe algo transversal a todas las instituciones y ambientes que sufren desequilibrios sociales.
¿Cómo no recordar las revoluciones estudiantiles y juveniles ocurridas en otros países en décadas anteriores? Estaba yo en mis estudios universitarios cuando estalló la revolución estudiantil de 1968 en muchos países del hemisferio norte. Hicimos una sentada frente al Rectorado de la Universidad de Milán en Italia; queríamos hablar con el rector sobre planes de estudios, modalidades de exámenes, remoción de algunos catedráticos “barones y mafiosos”. Y en lugar del rector entró en la universidad la Policía nacional que nos desalojó a todos. Fue un choque enorme, nunca la policía había violado la autonomía y el territorio universitario. Los estudiantes nos enardecimos de rabia y con deseos de lucha. Nos convocamos en asambleas permanentes, día y noche, donde además de los problemas académicos empezamos a analizar la sociedad, la economía, la política, los problemas internacionales. Nuestros horizontes se ampliaron cada día más. Vimos que nuestros problemas eran solo un poroto frente a la crisis y a los problemas sociales del posboom económico.
El movimiento estudiantil, en aquel tiempo, se inspiraba al Libro Rojo de Mao Tse Tung y a la Revolución Cultural de China; se condenaba decididamente la guerra americana en Vietnam. Se leían los libros de Marcuse y se hacía una “contestación y cuestionamiento global” a todo el sistema socio-político-económico. Las reivindicaciones pasaron de lo académico y a las estructuras de la universidad, a todas las estructuras socio-político-económicas del país. Luego, los estudiantes más radicales formaron las Brigadas Rojas con secuestros de personas, entre ellas del primer ministro de la República Italiana, Aldo Moro, a quien devolvieron después de unos meses muerto en la valijera de un coche en el centro de Roma. Como reacción a las Brigadas Rojas se formaron las Brigadas Negras de inspiración fascista, que también sembraron terror con bombas y masacres en la Piazza Fontana de Milán, en la Piazza Loggia de Brescia y en el tren de Bologna, entre otras facinerosas acciones.
La gran pregunta para nosotros en Paraguay ahora es: ¿Son las actuales manifestaciones estudiantiles una auténtica revolución cultural que apunta al impostergable cambio social, a la justicia, a la equidad, a la eliminación de la corrupción y de la pobreza? Si es así, sean bienvenidas. Son fuerzas renovadoras y oxigenadoras. Pero hay que evitar posibles movimientos desestabilizadores y extremistas porque ahí todos vamos a perder. Hay sobrados casos en las historias recientes de varios países que avalan estos temores. Estoy seguro de que los líderes estudiantiles sabrán conducir su lucha con inteligencia y equilibrio. Las revoluciones socioculturales y las luchas frontales contra la corrupción y la inequidad construyen y fortalecen el tejido social del Estado, mientras que las violencias, secuestros, matanzas o vendettas lo desgarran.
(*) Antropólogo
josezanardini@hotmail.com