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Esto me recuerda un artículo que escribí tiempísimo ha, cuando Francis Fukuyama publicó El fin de la historia y el último hombre. Traté de deslindar, aunque fuera un poco, las cosas que había dicho el estudioso y las que le atribuían quienes lo atacaban sin piedad. La mayoría de los comentaristas de su libro argumentaban, con mayor o menor furor, contra afirmaciones que él en ningún momento había formulado. Ahora la historia se repite.
Trump no habla de todas las noticias, ni siquiera de las noticias que le resultan poco favorecedoras, que asegura admitir de buen grado siempre que sean verídicas, sino de las mentiras flagrantes, las fabricaciones basadas en “fuentes que prefieren mantener el anonimato” y a todas luces son disparates traídos por los pelos con la única intención de desacreditar a su persona y deslegitimar su gobierno. Puesto que la inmensa mayoría de los periodistas se consideran “progres” y Trump se proclama “retro” en el sentido de que pretende make America great again, es lógico que no lo vean con simpatía. Pero eso es una cosa, y otra distinta mentir.
El epíteto de enemigo del pueblo es arma corriente en el arsenal de los gobernantes totalitarios, tantos los fachas como los comunistas, que lo han usado con profusión y hasta, alguna vez, contra los mismos suyos. Por ejemplo, cuando en 1956 Nikita Jrushov, en pleno deshielo tras la época estalinista, se lo endilgó a su antecesor y padrecito Iosef Visarionovich (Stalin) por haber propiciado el culto a la personalidad y cometido algún que otro abuso.
Pero, en realidad, antes de establecer sus dictaduras de partido único en Rusia e Italia Lenin y Mussolini, la frase gozaba ya de popularidad y en absoluto se debía a un aventurero político, sino a un notable autor teatral, el noruego Henrik Ibsen. Una obra suya se titula exactamente así, Un enemigo del pueblo, data de 1882 y es la crítica a una sociedad en que todos los estamentos se ponen de acuerdo para combatir la verdad. Un médico descubre en un balneario que el agua está contaminada y trata de hacer algo al respecto, pero los intereses creados temen las repercusiones que para el bienestar de la población pueda traer el anuncio. Así, pues, el médico, por no callarse, termina siendo enemigo del pueblo.
Aquí no. Aquí, para negar que la prensa sea enemiga del pueblo, cosa que Trump no dijo, algunos dicen que el enemigo del pueblo es Trump. Y más le dicen: que su alma es la de un absolutista y que está dando los primeros pasos hacia una dictadura. No mencionemos a los extremistas desorejados como una Sunsara Taylor, del Partido Revolucionario Comunista USA, que invitada a la tele repetía frenéticamente que Trump es fascista y es como Hitler y es Hitler vivo y un facha y una cruz gamada y fascista a más no poder y se parece a Hitler, sin que hubiera manera de sacarla de ahí. Ella solo ve camisas pardas a su alrededor.
Tales acusaciones ahora menudean, pero se iniciaron nada más anunciar Trump su candidatura. Y lo cierto es que, antes de las elecciones, las únicas manifestaciones dignas de las camisas pardas fueron las agresiones físicas sufridas por entusiastas partidarios del potentado Trump en algunos mítines. Y, después de las elecciones, el violento asalto el 1 de febrero llevado a cabo por 150 matones enmascarados en la Universidad de California en Berkeley para impedir la disertación de un conferencista de derecha, la cual ciertamente impidieron con un motín que aterrorizó a los asistentes y dejó daños en las instalaciones universitarias por más de US$ 100.000.
Si hoy por hoy existen algunos brotes de intolerancia y totalitarismo en los Estados Unidos, ciertamente no se encuentran en donde nos dicen que están. [©FIRMAS PRESS]
* Analista político