Elías no llegó a la cancha

Elías Rojas terminó de comer con su familia y empezó a prepararse para ir a la cancha. Era domingo y ese día jugaban nada menos que Olimpia y Cerro Porteño, ¡el clásico de los clásicos! Planchó su bandera y su camiseta, que estaban un poco arrugadas. Fue a la placita del barrio para hablar con sus amigos sobre el encuentro futbolístico. Recién había cumplido 18 años y la adrenalina de la emoción del superclásico empezaba a correr por sus arterias.

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Hacía mucho calor. El tereré circulaba de mano en mano. Los muchachos coreaban algunos cánticos típicos al estilo “Opa, opa, opa, Olimpia tiene copa y...”. Bueno, ya era la hora. El grupo sube al bus. Todo es alegría y bullicio. El ómnibus va camino al estadio. De pronto, para. Muchos jóvenes con camisetas de Cerro impiden el paso, profieren insultos, lanzan piedras y algunos olimpistas responden al ataque. Allí termina el viaje de Elías. Nunca llegará a la cancha. Una bala asesina le arranca la vida. No hay cánticos, no hay goles ni gritos de entusiasmo. El agujero negro de la noche eterna se tragó a Elías.

No es un caso aislado ni insólito. Sucede con frecuencia en la “guerra de los barrabravas”. Los muertos y heridos se atribuyen a hinchas fanáticos de los grandes clubes. Son daños colaterales, se resignan algunos. Es cuestión de la policía, porque no sucede en las canchas, argumentan los dirigentes deportivos. Es culpa de los directivos que les regalan las entradas, sostienen las fuerzas de seguridad. Es la catarsis de una juventud sin rumbos en la vida, explican los psicólogos. Se perdieron los valores, rezongan los curas.

Se ha debatido mucho sobre el tema y se han propuesto varias soluciones, pero el problema sigue y cada fin de semana se renuevan las peleas callejeras con su saldo de contusos, heridos y algún muerto.

A grandes males corresponden grandes soluciones. Si el problema es tan grave que ocasiona periódicamente lesiones graves y la muerte de personas, el remedio debe ser proporcional al daño causado, no importa cuán doloroso sea.

La vida es el valor supremo del ser humano. Si un sistema determinado conduce a la muerte, la sociedad está obligada a defenderse y acabar con la plaga. Si las barras bravas son sinónimo de violencia y muerte, hay que terminar con esas pandillas de delincuentes. Otros países ya han adoptado las medidas correctivas y nosotros estamos en deuda.

Hay varias opciones que gradualmente se pueden tomar: identificación individual de los líderes de los grupos delictivos y prohibición de por vida para el acceso a las canchas; que se permita la asistencia únicamente de la hinchada del equipo local y no a los seguidores del visitante; prohibición absoluta de regalo de entradas a grupos masivos; suspensión por una temporada de los clubes que alientan a las barras agresivas; clausura de los estadios de las hinchadas delictivas; suspensión por un año de los torneos de Apertura y Clausura como señal inequívoca de que no se tolerarán más actos vandálicos en nombre de un supuesto y mal entendido fanatismo deportivo.

ilde@abc.com.py

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