El verdadero “Horror Fest”

SALAMANCA. Llego un poco tarde porque el “Horror Fest” terminó. Pero no a deshora para comentar el festival que quiero comentar. Es a propósito del comunicado que dio a conocer el vicario apostólico del Chaco dirigido a las familias y repudiando esta “fiesta del terror.”

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En su comunicado monseñor Gabriel Escobar dijo que: “Los padres de familia no deben exponer a sus hijos a escenas de terror, episodios espeluznantes y de intenso miedo en interacción con zombis y clásicos personajes del género de terror como Chucky o Freddy Krueger, de muertos que caminan y tantas otras denominaciones”. Me imagino que debido a su vida contemplativa ha perdido la perspectiva que tienen algunos festejos mundanos, como es el presente caso. El llamado “festival de horror”, con su correspondiente carga de humor, es justamente todo lo contrario. En cierta medida cumple el mismo papel que cumplían aquellos cuentos maravillosos de los hermanos Grimm, Hans Christian Andersen, Charles Perrault y, si se quiere más cercano, Horacio Quiroga, muchos de los cuales lastimosamente han sido masacrados por el famoso “análisis de contenido” y de lo “políticamente correcto”. No conozco ningún caso que un niño “expuesto” a la historia de Hansel y Grettel se haya convertido en un horrible asesino serial.

Cuando vamos al teatro y vemos “Otelo” o “Romeo y Julieta“, sentimos una enorme angustia al ver a Otelo matar a Desdémona víctima de un engaño; o vemos a Julieta y Romeo suicidándose debido a rivalidades familiares. Pero no nos hace daño porque sabemos que aquello es nada más que una representación y que después de caer el telón sobre aquellas tragedias y ante los aplausos del público y los “bravos” entusiastas de los espectadores, saldrán a saludar quienes minutos antes habían “muerto”. 

Más terror me causaban –y ellos sí me marcaron para toda la vida– aquellos carteles que nos mostraban en el colegio cuando nos llevaban a la iglesia para una clase de religión. Los carteles aludían al Juicio Final, a los horrores del infierno, al fuego en el que nos iríamos a consumir por toda la eternidad si no nos arrepentíamos de nuestros pecados. 

Eran escenas truculentas, mucho más que lo que podemos ver en “La noche de los muertos vivientes” o en “La masacre de la sierra a cadena en Texas”. ¿Cómo de grave pueden ser los pecados de un adolescente de catorce, quince o dieciséis años? 

Es tradición ya en nuestro país que al preparar un plato suculento terminemos dándole más importancia al perejil que a los otros ingredientes. Antes que condenar y tratar de detener el “horror fest” en el que los niños tanto se divierten, lo que tendríamos que parar es ese gigantesco “festival del horror” que venimos viviendo, lo queramos o no, desde hace cinco años, en horario continuado, sin feriados ni vacaciones y que tiene su sede central en Mburuvicha Róga. En este festival estamos expuestos al horror adultos, ancianos, jóvenes, niños, todos por igual. Creo que es aquí el único sitio donde se observa la verdadera democracia: vamos igualados todos por el mismo rasero.

En la fiesta del horror de los jóvenes sabemos que todo es de plástico, de papel chifón, de algodón esterilizado: las telas de araña, las pelucas, los colmillos, la sangre, los ojos bizcos o los ojos saltones. Mientras que en la otra fiesta del horror, la que estamos viviendo, todo es de verdad: la corrupción, la venalidad de la justicia, el robo inmisericorde a las arcas del Estado, el machaqueo de la legalidad, el pisoteo de las normas de convivencia, la falta de respeto al otro. Este es el verdadero horror porque sabemos que después que caiga el telón, ni Otelo, ni Desdémona, ni Romeo, ni Julieta saldrán a saludar.

jesus.ruiznestosa@gmail.com

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