El valor de la solidaridad

Hace pocos días, una amiga me contó una historia que es necesario compartir: Poco menos de un mes atrás un familiar suyo que vive en los Estados Unidos sufrió un accidente de tránsito. Naturalmente toda la familia se movilizó para darle soporte en ese difícil trance.

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Tan rápido como pudo, mi amiga viajó hasta Estados Unidos para acompañar a la familia y hacerse cargo de las tareas del hogar, hasta tanto su familiar se recupere. Haciéndose la idea de unas semanas de mucho trabajo, se encontró con una realidad totalmente diferente: Apenas los vecinos de este suburbio se enteraron del accidente, crearon una página web en la que la gente se anotaba para dar apoyo de distintas maneras. Muchos para llevar la comida diariamente, otros para llevar a los chicos a la escuela, otros para cortar el pasto, y así haciendo un círculo de protección y afecto ante la vecina en desgracia.

A medida que me contaba de semejante movimiento, no pude evitar echar unas lágrimas de emoción, pero también de frustración. En Latinoamérica vivimos envueltos en una serie de “clichés” poco veraces con los que nos damos consuelo ante la serie de problemas que tienen nuestras sociedades.

Algunos de los más comunes son que nosotros somos cálidos, generosos, solidarios y que las sociedades anglosajonas se componen de gente fría, sin sentido de familia y mucho menos de buena vecindad.

No creo que nada de esto sea cierto, sino que, muy por el contrario, nuestras sociedades son profundamente individualistas, poco solidarias y nada generosas. En Estados Unidos, todo el mundo, cualquiera sea su nivel salarial, contribuye con obras de caridad y además muchísimos donan parte de su tiempo para el servicio a la comunidad. Es casi obligatorio que cuando un joven quiere entrar a la universidad o una persona hallar empleo, tiene que incluir en su currículum su experiencia filantrópica. Desde luego que se puede decir que esto es porque lo pueden deducir de impuestos, ¡pero también se puede deducir acá!

La verdad es que, como todo es parte de lo mismo, es poco probable que para la gente sea atractivo deducir impuestos que de cualquier manera evaden, y perdón por la desconfianza; pero de vuelta esto es también parte del problema, porque nuestras sociedades no se basan en la buena fe y casi siempre sospechamos los unos de los otros.

La “bonafide” -que no es otra cosa que la convicción de la honestidad y la sinceridad - constituye la base de la sociedad americana, y un fundamento de su impresionante progreso. Esto es lo valedero, y lo aclaro antes de que los lectores me escriban diciendo que en realidad Estados Unidos no tiene nada de admirable porque su gobierno exporta guerras a todo el mundo y que además es el lugar del mundo donde existen más asesinos seriales.

Personalmente prefiero pensar que es el país con las mejores universidades, con los mejores centros de investigación, con los mayores avances médicos y con una sociedad abierta y tolerante.

Pero en verdad el real motivo de este artículo es que pensemos cómo andamos en casa en solidaridad, en responsabilidad social y en justicia. Más ahora que se acerca ese período del año que, más allá de las creencias religiosas, es la época que nos obliga a parar y repensar el rumbo.

sheila.abed@idea.org.py

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