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No tengo deseos de comparar porque dicen que las comparaciones son odiosas, pero no pude evitar pensar en este medio de trasporte cuando vi, día tras día, en las páginas de este periódico, las antiguas (no viejas) estaciones de nuestro ferrocarril que van siendo devoradas por la maleza y deshaciéndose sus paredes, muchas veces de adobe. Entre ellas hay edificios que fueron construidos por arquitectos ingleses dentro del mejor estilo de la arquitectura colonial que desarrolló Gran Bretaña en la época que su corona iba desde Londres a India y Canadá pasando por Australia. Nosotros no fuimos colonia inglesa, pero el ferrocarril fue obra de ellos a pedido del Mariscal López y lo administraron hasta que a la dictadura de Stroessner se le ocurrió que “los trenes debían ser paraguayos” y los nacionalizó para mandarlos inmediatamente a la quiebra y liberar sus bienes a la rapiña y el saqueo más vergonzoso. Hasta los rieles se robaron.
Tony Judt, uno de los pensadores más brillantes que dio Inglaterra el siglo pasado y que falleció hace pocos años de una enfermedad degenerativa que lo mantenía paraplégico, le dedicó un capítulo de su último libro, de edición póstuma, al tema del ferrocarril. Lamento no tener el libro a mano para poder hacer citas literales, pero trataré de reconstruir de memoria algunas ideas. La primera y principal es que considera al tren algo así como “el rey” de los medios de trasporte. Enumera una serie de ventajas, entre otras muchas su capacidad de llevar una gran cantidad de pasajeros, además de carga, su carácter ecológico al no contaminar el ambiente en aquellas máquinas que son eléctricas (hoy día, casi todas), su carácter democratizador por la forma en que lleva a sus pasajeros, los reúne y los acerca, etcétera.
Las ventajas que tendría en nuestro país son enormes, no solo por poder llevar gran cantidad de pasajeros cómodamente sentados, sino por el ahorro de energía, pues aprovecharía la electricidad que se genera en las hidroeléctricas de que somos socios, podría trasportar una enorme cantidad de mercancías con lo que las rutas se verían despejadas de camiones grandes, lentos y hasta se podría ejercer un mayor control sobre cualquier posible contrabando tanto en el momento de la carga como la descarga.
Al detenerse nada más que en estaciones, contribuiría a compactar los pueblos, hoy desperdigados por el campo, abaratándose de este modo una serie de servicios públicos como el servicio de electricidad, salud pública, educación pública, agua potable y la natural socialización que se produce en los núcleos urbanos.
La aceptación de este modo de trasporte está demostrada en el servicio de tren que funciona desde hace algún tiempo entre Encarnación y Posadas. Se habla ya de duplicar la oferta puesto que la demanda por parte de los pasajeros ha crecido de manera exponencial, mucho más allá de lo que se había previsto en los inicios. Pero de esto nadie habla. Mientras los trenes “casi” vuelan en todo el mundo, nosotros hemos decidido no solo levantar y tirar los antiguos rieles, sino que además estamos dejando caer lo que tendría que ser debidamente protegido como un bien que forma parte de nuestro patrimonio cultural. De esta manera se dan las cosas y seguimos siendo el furgón de cola... por lo menos hasta que a alguien se le ocurra nacionalizarlo y mandarlo a la quiebra.
jesus.ruiznestosa@gmail.com