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El tema me volvió a plantear cierta incomodidad, quitándole a esta palabra todo sentido peyorativo, cuando tiempo atrás vi las fotografías del entonces ministro de Hacienda, el liberal Santiago Peña, recibiendo de manos del presidente Horacio Cartes el pañuelo rojo en medio de una convención del Partido Colorado. Aparecían los dos de perfil, frente a frente, sorprendidos en el momento en que un presidente de la república sonriente le anudaba el símbolo partidario al cuello.
Me recordó a aquellos actos multitudinarios que se organizaban para magnificar, cantarle loas y ovacionar al “único líder”. Momento importante era aquel en el que habitualmente una jovencita de muy buen aspecto, se le acercaba sonriente y le anudaba el pañuelo al cuello. El rito podía entonces comenzar. Ignoro qué pasaría con el pañuelo una vez terminada la ceremonia. Quizá se lo llevase alguien como reliquia, con esa misma devoción que cada 3 de febrero los devotos de San Blas guardan la cinta que tocó la imagen del santo para prevenir los dolores de garganta durante el año.
Claro que todas las religiones tienen sus ritos. Como cuando nuestros indígenas le perforan el labio inferior al adolescente y le introducen un pequeño palito de madera, señal que ya puede salir a cazar con los mayores y participar al lado de ellos en las ceremonias religiosas. O el Bar Mitzvah de los judíos a partir del cual los varones son responsables de sus actos y pueden conducir la oración. O la primera comunión entre los católicos. Pero un partido político no es una religión aunque muchos dictadores quisieron hacer de él un rito, como lo hicieron Hitler, Musolini y el propio Franco que, con menos esfuerzo e inventiva, logró el apoyo de la Iglesia Católica dando pie al llamado “nacional-catolicismo” (cristianización del nacionalsocialismo nazi).
Volviendo a nuestro país, y volviendo a la imagen de Peña, que quede claro que no lo estoy criticando ni tampoco trato de justificarlo. Sólo quiero reflexionar sobre este fenómeno y el significado que adquiere de pronto. La ideología no es el resultado de un acto de conversión, como cuando San Pablo se cayó del caballo, o cuando San Ignacio fue herido en una batalla. Es el resultado de un proceso que lleva su tiempo, un proceso muy activo en el que la persona va construyendo su concepción del mundo, el deseo de transformarlo, cómo transformarlo y qué hacer para concretar esa transformación.
Me resulta imposible creer que por el mero gesto de atarse un pañuelo al cuello, ese ser interior se transforme de manera súbita; que aquello que pensaba era lo correcto ya no lo es más; que aquello que constituía su visión del mundo, ya no lo es más; que aquello que quería hacer para transformar su entorno, ya no lo quiere hacer. Aquello que le llevó varios años en construir, aquellos pensamientos que se fueron desarrollando a través de un proceso largo y meticuloso, de pronto, con un solo gesto, se han derrumbado y han perdido toda su vigencia.
La candidatura de Santiago Peña a la presidencia de la república por la Asociación Nacional Republicana es cuestionada por un sector numeroso del partido alegando que “no tiene militancia suficiente”. Creo que el término “militancia” no tiene mucho sentido. Lo importante es tener en cuenta cómo se ha dado esa “conversión” y cómo de profundas pueden ser sus nuevas convicciones. Haciendo depender ellas de ese ritual del pañuelo creo que no es el camino más adecuado para juzgar las acciones, ni las de Santiago Peña ni las de nadie.
Si queremos que esta frágil democracia se vaya consolidando debemos comenzar por valorizar las ideas y darnos cuenta que la política en base al color del pañuelo o la corbata nos hará regresar a la ruina una y otra vez. Los ritos son buenos -y necesarios- pero no dentro de la vida política.
jesus.ruiznestosa@gmail.com