Cargando...
Esta comunicadora, asesinada en 2006 en Moscú, solo hacía referencia a la gran responsabilidad que tienen los medios de comunicación de informar sobre lo que realmente ocurre en los conflictos bélicos en los últimos años. Y es que desde las crónicas de campañas de guerra, relatos de batallas se ha pasado a un espectáculo mediático que a veces ya no conmueve. A esto hemos llegado como civilización, a creer que la guerra forma una sección imprescindible de nuestra especie. Y a esto se vanagloria o incluso se lo endiosa. No importa que haya habido violaciones básicas a los derechos humanos ni que varias generaciones tengan que pagar los platos rotos, sino que lo que prima es el patriotismo, el honor o la gloria.
Ya no estamos en la Guerra Fría ni el mundo se divide en dos bloques. El poder se ha diversificado y el planeta vive un clima político multipolar. Hay nuevos organismos internacionales y el protagonismo lo llevan nuevas potencias o países emergentes. Sin que por ello Washington o Moscú pierdan totalmente su influencia. Las relaciones internacionales han cambiado enormemente y los análisis geopolíticos tienen que adaptarse a transformaciones rápidas e impensadas.
Y a pesar de los tratados de paz y las convenciones mundiales al respecto, la guerra sigue ganando protagonismo en nuestra era. La anexión de Crimea por parte de Rusia, que se logró de manera pacífica, desembocó luego en una guerra entre Ucrania y rebeldes prorrusos que ya dejó cientos de muertos en los últimos meses. Pero en el 2014 los conflictos ya no solo se dan entre naciones o gobiernos, México ha demostrado, desde 2006, que se puede pelear y perder batallas en el propio territorio con un enemigo igual de poderoso, el narcotráfico. Y, aunque las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, FARC, estén hoy negociando la paz, otros grupos marxistas, como el Ejército del Pueblo Paraguayo, EPP, tratan de retomar luchas anacrónicas del siglo pasado, con métodos ya superados.
Sin embargo, algo que nadie esperaba este 2014 fue la creación del Estado Islámico, un califato creado entre las regiones fronterizas de Irak, sumida en una graves crisis política y económica luego de varios años de guerra, y Siria, que enfrenta desde 2011 una guerra civil que no pudo derrocar todavía a la dictadura de Bachar al Asad. Esta agrupación, que opera con terror en su zona de influencia, reclama estos países para la instauración de una teocracia musulmana, similar o peor a la que hay en Arabia Saudita o Irán. La guerra contra los yihadistas unió directa o indirectamente a enemigos, tanto del Medio Oriente como de otros países. El hecho es que tanto europeos como estadounidenses o australianos, educados en democracias tradicionales, dejaron sus hogares para unirse a las filas de los fundamentalistas.
Decía el gran escritor y dramaturgo Óscar Wilde: “Que un hombre muera por una causa no significa nada en cuanto al valor de la causa”. Y tenía razón. Muchos jóvenes hoy están muriendo en nombre de la instauración de una monarquía totalitaria en el Medio Oriente o en nombre de Putin en Ucrania, o por algún clan en Libia. Lo cierto es que lo absurdo de la guerra sigue muy vigente y nos muestra el fracaso de nuestro sistema internacional en cuanto al mantenimiento de la paz, a la vez de reafirmar el negocio muy lucrativo que continúan teniendo las armas, convencionales y avanzadas.
Es verdad también que hay que dejar de lado el discurso místico de que todos somos hermanos y que debemos amarnos. Eso no funcionó ni funcionará, ya que somos producto de la diversidad, desde la política, pasando por la cultural, hasta la filosófica y religiosa. No hace falta que la hermandad se imponga. Lo que sí es necesario es un modelo de convivencia más tolerante, que en este 2014 no se ha logrado. Aunque para el 2015 tampoco se avizora algo mejor.