El respeto que se pierde

“Ya nadie respeta a nadie, sea en la casa, donde algunos padres han perdido el respeto de sus hijos; o en las instituciones, en las que ya no se les respeta a los jefes. Si así nos vamos, no sé a dónde llegaremos. Cada uno cree que hace lo mejor y nadie tiene la suficiente autoridad para hacerse respetar”.

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Estas líneas me escribía un lector preocupado. Respeto significa “consideración”, “atención”. Según la RAE, el respeto se relaciona con la veneración o acatamiento que se hace de alguien o también de algo (por ejemplo, le debemos tener respeto a la naturaleza). Siguiendo con la teoría, el respeto sirve para que la persona reconozca el derecho del prójimo y valore sus cualidades; es decir, mediante el respeto se reconoce el valor de los individuos y de las sociedades. La falta de respeto lleva a la violencia, los enfrentamientos, y reduce las posibilidades de paz. La mala educación y la falta de tolerancia con respecto a las ideas o formas de vida, la ausencia de valores, la soberbia y el egocentrismo son algunos elementos que ocasionan la falta de respeto. Hasta aquí estamos todos de acuerdo. Coincidimos en que el respeto se aprende de los padres. El problema es que con el desajuste actual (divorcio, amor libre, alteración de roles, etc.) la familia está en jaque. ¿Si la pareja está quebrada, quién transmite el respeto a los hijos? Nuestra sociedad, como todas, tiene su historia. Contrariamente al esfuerzo denodado de ciertas organizaciones que buscan implantar el concepto de una mujer global débil, callada y golpeada, la mujer aquí ha sido muy fuerte y fue la encargada de educar a los hijos. Y hoy también existen muchos papás que crían solos a sus niños. Con la pareja dividida, sin la complementariedad, la educación se torna difícil, y para algunos, imposible.

Por su parte, la escuela debe estar presente para completar mediante la instrucción la formación de los niños, y en nuestro tiempo dar aquello que los padres no supieron o no pudieron brindar. La escuela tiene que ser continuadora de los valores humanos aprendidos en el hogar. Entonces, sin el respeto aprendido en estos dos sitios, la tercera posibilidad para desarrollar el respeto son los demás grupos sociales, pero aquí existen las leyes penales y quien no respeta debería pagar por su falta. Cuando es mayor el radio de acción, más responsabilidad tenemos, porque ya no hablamos de esa falta de respeto que en la familia se apaña o en la escuela se permite considerando que el estudiante está en etapa de crecimiento. En una sociedad organizada existen leyes escritas y tácitas. Hogar, escuela y otros grupos de interacción social son lugares donde practicar el respeto como base de convivencia. “Todo está perdido cuando los malos sirven de ejemplo y los buenos, de burla”, decía Demócrito, demoliendo en parte la esperanza de los respetuosos. Pero a pesar de la vigencia que mantiene la frase del sabio griego, quienes no hayan aprendido a respetar siempre pueden hallar maestros cotidianos.

Aprender el respeto implica comprender a cabalidad que al aplicarlo sobre los demás, lo aplico sobre mí y me beneficia.

De los antivalores, por supuesto, no hay que descuidarse. En el trayecto de la libertad debemos saber separar la paja del trigo. Grupos organizados que pregonan el irrespeto bajo una falsa bandera de bien social abundan y tienden a multiplicarse.

Ser respetuosos de las reglas y las leyes (las que nos representan), ser mejores ciudadanos, más urbanos y negociadores-conciliadores es hacia donde debemos encaminarnos.

Cuentan los mayores, que no siempre hubo esta irrespetuosidad. El desafío es hallar una educación que retome esos valores que alguna vez caracterizaron a nuestra sociedad.

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