El realismo mágico existe

“Dos leones pertenecientes al circo Eguino Bros se escaparon ayer de la jaula en que eran transportados desde Puerto Stroessner hacia nuestra capital, causando gran revuelo en las personas que observaron el espectáculo que, pese a provenir de un circo, fue gratis”. 

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La noticia fue portada en ABC Color en octubre de 1977, una época en que los circos –y aún hoy día– albergaban animales salvajes domesticados y amaestrados. Incluso, humanos con deformaciones eran presentados como parte del show. 

Los circos como espectáculo nos llegan desde la antigüedad grecorromana y sus orígenes se remontan a civilizaciones mucho más antiguas como la china, mongola, egipcia o mesopotámica. 

Según datos históricos, en la Edad Media habían pasado un tanto al olvido como consecuencia del oscurantismo que imperaba en la humanidad pero el Renacimiento rescató el arte circense. 

Difícilmente haya en este país una persona que no habrá asistido de niño a un circo y no disfrutó con las demostraciones de destreza, acrobacia, malabarismo y magia. 

Aunque sea bajo una carpa rotosa con instalaciones precarias uno se asombraba y aplaudía a los protagonistas. Basta con recordar la larga lista de tolderías que se instalaron en diversos puntos de la Capital durante décadas. Quizás para muchos resultaran aburridos, con la misma monotonía, para no decir que no pocos fueron unos verdaderos mamarrachos. 

Ahora se encuentra en el Puerto de Asunción el Cirque du Soleil (Circo del Sol, en español), proveniente de Canadá, con el show Amaluna. Sobre sus orígenes explican que “en 1982 un grupo de jóvenes artistas callejeros fundado por Gilles Ste-Croix se mezcló con la multitud de turistas, artistas y coleccionistas en Baie-Saint-Pol, la meca para los pintores de Quebec”. 

Dos años después surgiría el fascinante mundo del arte circense del Soleil que ha generado unos 38 espectáculos desde su creación y alberga a artistas provenientes de las más diversas nacionalidades. 

Bajo la carpa amarilla y azul que lo caracteriza uno se olvida del mundo exterior y se traslada a otra dimensión. Las presentaciones tienen un argumento y un significado que se identifica con cada una de las 2.500 personas que ocupan las butacas. Los colores, las luces, el vestuario, la música, la actuación... todo conforma una amalgama que supera la capacidad de asombro. 

La calidad de los artistas y lo impecable de cada acto representado muestra que el circo es arte, cultura, sentimientos, emociones, inteligencia, mística, destreza y color. Ese realismo mágico que conocimos a través de las novelas de Gabriel García Márquez con un Macondo donde llueven florecillas amarillas y saltan conejos azules a cada paso. Esa fantasía traída de la mano de Alicia en la País de las Maravillas y todos los cuentos de hadas que hemos escuchado durante la infancia y llevan hacia límites desconocidos. Todo eso se vuelve una realidad palpable como pocas veces se puede lograr con un espectáculo en nuestro país.

pgomez@abc.com.py

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