El problema de Homero

 Homero Simpson no es un mal tipo, lo que tiene es un problema de educación. El nació en algún hogar de obreros, donde la ambición era tener un trabajo que le permitiera satisfacer el estómago. Mientras Homero crecía, el sueño americano fue agregando detalles como la educación elemental obligatoria, las vacunaciones y el acceso a los elementos domésticos de confort .   

 En eso se quedó Homero, formó una familia, consiguió un trabajo, y no pretende más que comida en abundancia y sentarse frente al televisor a ver su partido de béisbol, o lo que sea, inflarse de cerveza y manifestar su satisfacción con resonantes eructos.   

 Algo parecido le pasa a Jaeggli, pero al revés. El nació rico, de lo cual le gusta hacer gala. Jamás habrá tenido que subir a un ómnibus, ni preocuparse por una gotera en el techo. Siempre disfrutó –se diría que más de lo necesario– de mesas bien servidas. Al colegio lo llevaba un chofer, y hacía migas con algunos privilegiados compañeritos, entre ellos los hijos de Stroessner, con los que trabó amistad, al punto de pertenecer a la cortesanía adolescente que departía en Mburuvicha Róga con los retoños del Tiranosaurio.   

 Tan encariñado estaba con ese entorno que aun cuando muerto su padre, otro cortesano más poderoso despojó de la herencia la tabacalera que administraba su hermana mayor, Alfredo prefirió tragarse el sapo y seguir disfrutando de la confianza y los beneficios de sus jóvenes pero ya ambiciosos amigos.   

 No consta en memoria alguna que por aquellos tiempos Alfredo Jaeggli osara manifestarse en contra del Estado, el intervencionismo, las empresas públicas, el destino de los impuestos, y mucho menos del enriquecimiento ilegal de un puñado de haraganes.   

 Hete aquí que desplazado el Dictador, y por lo tanto revuelto el amable entorno, descubrió su vocación por la política y decidió que el Estado ya no le gustaba más. Su capacidad de liderazgo podía ser suplida sin mayor problema en un Partido Liberal que se encontraba repentinamente con que se le acabó el pretexto-Stroessner para no generar alternativas, y se compró una banca en el Senado, desde la cual se ha convertido en un acérrimo defensor de los de su clase: los ricos, sin mayor preocupación por el origen de las fortunas.   

 Con respecto al Estado es algo incoherente; cuando se trata de considerar la función social lo desdeña, y cuando lo que está en juego es la seguridad de los patrimonios "intocables", llega a pedir la vuelta del stronismo, donde él y sus amigos se sentían cómodos y satisfechos.   

 En resumen, la ambición de Jaeggli es similar a la de Homero; lo que le gusta es eructar. Y en eso anda.   

pkostianovsky@abc.com.py
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