Cargando...
De hecho, cada vez se ve con mayor naturalidad cambiar de bando de la noche a la mañana, o aprovecharse de un partido para ganar una banca y después llevarla a otras filas. El diputado Tuma (perdón que lo mencione) se hizo elegir por un partido y después se mudó a otro que le convenía más. El senador Petta (perdón que lo mencione) está haciendo lo mismo. La diputada Tarragó (perdón que… ¡Uff!, esto aburre) va de carpa en carpa como los médicos sin fronteras. Y hay otros, muchos más, que muestran estar decididos a cambiar de camiseta cuando la ocasión sea propicia. Se van pareciendo cada vez más al vino “Santa Helena”, que está en oferta permanentemente.
Hace poco, en una entrevista radial, la diputada aludida declaró: “Yo le digo a la gente que agarre la plata y elija a conciencia”. Me recuerda a una linda chica, que tenía muchos admiradores y que aplicaba la misma fórmula. El senador Abdo Benítez (perdón…, etc., etc.) dio el mismo consejo que su adversaria: agarren la plata de los cartistas y voten por nosotros.
De modo que los que procedan a la inversa, los que primero elijan a conciencia, están condenados a perder, porque mientras laboriosamente pongan en movimiento la conciencia adormecida, otros se llevarán el efectivo. En los próximos comicios habrá que darse prisa; al que medite mucho le comerán los panchos y las empanadas. Lucirán una conciencia limpísima, esto sí, pero con el estómago vacío. Triste final para un demócrata concienzudo.
Si el dinero sirve para ganar más poder político, lo recíproco también es evidente. Véase: algunos privilegiados, por ejemplo, cobran bonificaciones extras por “presentismo”, esto es, por concurrir a su trabajo frecuentemente. A fin de año, ciertos administrativos perciben bonitas gratificaciones por –juran ellos mismos– haber hecho bien sus tareas. Otros se adjudican premios por haber sido responsables en su cargo. A este paso, los párrocos van a pedir sobresueldos por no haber pecado.
En cuanto a las candidaturas, ¿cuánto cuestan? Depende. Si es mercadería nueva y desconocida, habrá que invertir mucho en ella; si ya se la conoce, demandará menor costo publicitario. Candidatear artistas, deportistas, periodistas o modelos cuesta bastante más barato que promocionar a un desconocido, aunque sea graduado de Oxford. Mas no hay que asustarse tan pronto, porque esta veloz banalización de la política va a mostrarnos mucho más todavía; hay que acomodarse para tragar con naturalidad el vedetismo y el transfuguismo, ya que serán los fenómenos dominantes en nuestro futuro.
Para los aportantes, las candidaturas son como acciones que se compran en la bolsa y se las conserva o se despoja uno de ellas, según avance la campaña. Una vez, a un conocido personaje estadounidense le criticaron que pusiese dinero en todas las alcancías religiosas. “Si tienes una religión, solo debes contribuir con esta”, le sermonearon. “¿Por qué?”, cuestionó aquel. “Porque si estás convencido de que tu fe es verdadera, las otras deben ser falsas, ¿no?”, le explicaron. “De ninguna manera –respondió aquel–, no voy a arriesgar la salvación eterna por una discusión meramente técnica”.
La mayoría de los contribuyentes electorales sienten idéntica aprensión. Van repartiendo aportes en proporción a las probabilidades de cada quien, para lo cual los números estadísticos pasan a adquirir importancia inusitada. Hoy día, el camino hacia la democracia está empedrado de encuestas y sondeos. Aunque, en él, no es la salvación eterna la que está en juego sino algo menos incierto y más apasionante: el futuro de los negocios.