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En mi juventud, cuando todavía pescábamos con espineles y liñadas a mano, optábamos por la conservación de nuestras presas para su posterior comercialización mediante el sencillo método de guardar lo pescado vivo, en balsas de madera. Este método también implicaba cierto riesgo por el permanente acecho de unos pequeños e insignificantes pececillos, el pikyvera, que por las noches invadían nuestras jaulas para matar nuestras presas. Para proteger a los peces en cautiverio teníamos que instalar las balsas apartadas de la costa, donde el río corría con mayor velocidad. La verdad es que los pikyvera y los cangrejos nunca dejaron de ser un peligro constante, una verdadera plaga a la que todos, tarde o temprano, teníamos que enfrentar.
La forma como atacaban los pikyvera era penetrando en las agallas de nuestras piezas y chuparles la sangre hasta causarles la muerte. Los cardúmenes de estos depredadores eran infinitos, tantos que en un santiamén mataban a nuestras piezas en cautiverio sin posibilidad de defensa alguna. Sin embargo, los cangrejos no mataban a sus víctimas; pero eso sí, perforaban sus pieles y la mercadería quedada en malas condiciones para su posterior comercialización.
En el dulce idioma guaraní, pikyvera quiere decir pez brilloso, pues por la noche cuando queríamos detectar su presencia bajo la luz de la linterna veíamos el brillo de su cuerpo como señal evidente de que llegaba el momento de tener que protegernos de ellos de alguna manera. Esta simple característica era única en la especie, aparte de ser un simple minipececillo que se alimentaba de la sangre de otros peces que caían en su camino.
Actualmente, con la reconocida desaparición de la mayoría de nuestros peces y el empleo de los nuevos métodos con redes y el mantenimiento de lo capturado en conservadoras, todo este menester quedó sujeto a un manejo mucho más práctico y sofisticado, pero finalmente perjudicial para poder controlar o mantener un equilibrio racional en el ecosistema. Con este nuevo método de comercialización, lastimosamente les estamos dando a los peces muy poca oportunidad de defensa y lógicamente tarde o temprano tendremos que recurrir a un ente regulador, o caso contrario perderemos la genética de nuestros peces tradicionales.
La pesca profesional o deportiva con mallas tiene la ventaja de poder cubrir un área mucho más extenso, pero sucede que los peces capturados deben ser indefectiblemente sacrificados, es decir no pueden mantenerse vivos. Las mallas, aparte de estrangular a los peces, les obligan a realizar un esfuerzo extremo del que ya no pueden recuperarse. Por consiguiente, la pesca con mallas es mortal y por ley tendría que ser reglamentada. Contradictoriamente, este método de pesca con mallas está en parte reglamentada por nuestra ley, que según su texto deben ser de 20 centímetros de abertura como para que caigan surubíes de 5 kilos aproximadamente, pero los muchachos, como sabemos acá en Antequera, ahora, en este momento, están usando masivamente mallas de 4 o 5 centímetros, sin que nadie haga nada.
También por ley está prohibido cerrar los afluentes con mallas, pero la verdad es que nadie cumple, ni comenta lo contrario. Por algo se dice que estamos en el Paraguay... Las mallas se convirtieron en simples y vulgares gigantes coladores.
Por esa misma razón, muchos de mis amigos pescadores de la época pasada no estamos de acuerdo con este nuevo método, pero qué le vamos a hacer si nuestras autoridades no dicen lo contrario.
Con este escrito, lo que pretendo puntualizar es que este pequeño y aparentemente insignificante engranaje que son los pikyvera y los cangrejos, que a pesar de constituir en su época cierta peligrosidad o molestia para los pescadores, también formaban parte de un gran engranaje que garantizaba a la fauna ictícola nunca llegar a una masacre inútil e improductiva como a la que actualmente estamos llegando.
Desde luego que lo expuesto no tiene mucho de científico, ni está escrito en los términos de nuestros grandes intelectos, pero es una opinión que creo merece alguna consideración.
(*) Poblador de Puerto Antequera, San Pedro.