El perdón construye la paz

En la octava de Pascua, del 27 de marzo a 3 de abril, el Resucitado se manifestó vivo a las mujeres, a María Magdalena, a los discípulos de Emaús y a otros, pues justamente la prueba más trascendental de su resurrección son las apariciones, que se dieron en variadas circunstancias: una vez aparece por el camino, otra vez junto al sepulcro donde fue dejado su cuerpo y también a la orilla del mar.

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Estos testigos presenciales han dejado su testimonio, que merece confianza y credibilidad. Nuestra fe se basa en estas afirmaciones auténticas, además de la luz interior que el Espíritu Santo nos brinda.

El Evangelio de hoy muestra dos apariciones más del Señor Resucitado a los discípulos, que estaban con las puertas cerradas y con miedo.

Estos sentimientos, es decir, estar de corazón cerrado, de mente cerrada y de bolsillo cerrado ocurren con frecuencia en nuestras vidas. Uno no se abre a un comportamiento nuevo, con nuevos horizontes que, al final, se queda con miedo: miedo de salir de casa, de volver para casa y de arriesgarse un poco más para construir la paz.

En este contexto de cierto marasmo el Resucitado se pone en medio de ellos, les muestra sus manos, su costado y les concede su paz. La reacción es maravillosa: “Los discípulos se llenaron de alegría”.

En esta “pedagogía del encuentro” con Jesús hay que tener el deseo de encontrarlo y poner amor: cuando hay amor hay revelación, cuando hay revelación hay un encuentro transformador, comunión y entusiasmo.

Esto vale para el encuentro con Cristo y también entre nosotros, seres humanos.

Enseguida, Jesús Resucitado les regala el don del Espíritu Santo para perdonar los pecados, cosa que únicamente Dios puede hacer, pero quiere que sus apóstoles realicen esta sublime tarea en el Sacramento de la Reconciliación, especialmente en este domingo de la “Divina Misericordia”.

Para que tengamos una sociedad más armoniosa es fundamental el perdón, pues no podemos alimentar una espiral de violencia, de venganzas y de actitudes terroristas. En otro momento el Señor dejó bien claro que quien vive de la espada, muere por la espada.

Perdonar a otro ser humano no es sencillo, pues hay humillaciones que marcan profundamente, por ello, hay que abrirse a la gracia de Dios, que realiza portentos en nuestro sistema emocional, incluso por caminos que no conocemos.

Es la actitud de perdón continuado, humilde, generoso y por amor a Dios que va a edificar un mundo nuevo, donde no haya tantos atropellos y tantas conductas agresivas y deshonestas.

Paz y bien.

hnojoemar@gmail.com

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