El Papa debe conocer nuestra realidad

Faltando pocos días para la llegada del papa Francisco, el entusiasmo es realmente grande. Preparativos por todas partes, la expectativa es enorme. Hace 27 años (en 1988), lo mismo ocurrió con Juan Pablo II. Es cierto, el escenario era diferente, pues estábamos viviendo los últimos años de la dictadura stronista.

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El Sumo Pontífice trajo su mensaje de paz y amor, bendiciendo nuestro país. Su visita fue decisiva, porque su mensaje fue muy claro al señalar que no se puede arrinconar a la Iglesia. El espectáculo del “árbol de la vida” mostró’ un tronco seco y desnudo que representaba nuestra realidad social de entonces. Un Paraguay sin libertad de prensa, pues estaban clausurados los medios de comunicación que se oponían al régimen dictatorial (ABC, Radio Ñandutí y Semanario El Pueblo), muchos de los personajes políticos que criticaban al sistema estaban exiliados. Figuras brillantes como Augusto Roa Bastos, Elvio Romero, Herminio Giménez y tantas otras, se encontraban fuera del país. La realidad era terrible, porque se producían persecuciones, arrestos, encarcelamientos y torturas a personas que no compartían los abusos y atropellos del gobierno. El miedo se notaba en todas partes. Incluso los festivales, reuniones políticas, conciertos, debates y otros eventos eran realizados a escondidas, porque si tenían tinte político de oposición o crítica, los realizadores corrían el riesgo de ir presos. Las manifestaciones en contra del stronismo terminaban con golpizas, heridos y detenidos. Una de las últimas fue “la procesión del silencio”, el 10 de diciembre de 1988, en contra de las violaciones de los derechos humanos. Los manifestantes se dirigieron en silencio, con velas prendidas, desde la plaza Uruguaya hasta la Catedral Metropolitana, donde hubo un oficio litúrgico. Fue un gran golpe para Stroessner, que ya estaba en sus últimos días. El 2 y 3 de febrero de 1989 se produjo la caída del régimen.

La situación política y social era insostenible. La venida de Juan Pablo II ayudó bastante, porque la ciudadanía ya no callaba y el sistema se estaba debilitando día a día. Mostrar la realidad nacional al Papa fue un acto de coraje y valentía. Y Dios, en lo alto, escuchó las oraciones, los ruegos y las plegarias de tantos compatriotas. Finalmente terminaron las noches de terror y de miedo.

Esta vez, si bien el momento es diferente, no debemos esconder la realidad al Santo Padre. En estos 26 años de larga transición, muchas cosas han cambiado. Tenemos libertad de prensa, pero también tenemos periodistas asesinados por sus trabajos. Tuvimos un Santiago Leguizamón y hace poco tiempo, un Pablo Medina. El narcotráfico se instala en todas las capas de la sociedad así como la corrupción en los entes públicos. La juventud se pierde en el consumo de drogas y los robos escandalosos a las arcas del Estado no terminan. La justicia brilla por su ausencia y la impunidad hace que los delincuentes no tengan miedo para cometer sus ilícitos. La corrupción crea mucha pobreza. Por culpa de ella no hay salud, educación, seguridad ni trabajo.

El papa Francisco debe observar la realidad de los damnificados, de los niños de la calle, los hermanos nativos, los ancianos abandonados, los pobres olvidados y sin oportunidades, los jóvenes que no pueden trabajar ni estudiar y los enfermos que están en los hospitales, sin ningún recurso. Hay tantas personas en las cárceles, que no tienen proceso y no les visitan sus familiares. El Papa debe estar al tanto de estas situaciones y su aporte será valiosísimo. Hay que hablarle sobre la gran inequidad social existente y sobre todo la pérdida de los valores éticos, morales y espirituales de la sociedad. Finalmente, la pérdida de los valores es la desencadenante de esta realidad de pobreza, ignorancia e injusticia social.

Tal vez el Papa solo no pueda resolver todos nuestros problemas. En última instancia, somos todos los paraguayos y cada uno de nosotros, los responsables. Nosotros tenemos que solucionar los problemas. El Sumo Pontífice, con su presencia, su palabra y su bendición, puede movilizarnos. Tocar nuestros corazones para iniciar la gran revolución. El Paraguay no solo necesita un cambio, necesita una gran revolución en todos los niveles. La gran figura de Francisco puede ayudarnos, pero tenemos que poner ganas, voluntad, trabajo, patriotismo y amor para lograr el milagro.

blila.gayoso@hotmail.com

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