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El elefante es vegetariano, lento, impasible, filosófico se diría. Rara vez acomete, aunque es imposible prever cuándo y por qué lo hará. Rusia estuvo quieta desde la disolución de la URSS, hace dos décadas, y ahora, sorpresivamente, comienza a moverse. Acaba de tragarse a la península de Crimea mientras prepara su segundo plato: la región del Donetsk.
Los osos no realizan sondeos de opinión entre sus presas para averiguar cuáles desean serlo y cuáles no. Los elefantes no llevan a cabo un referéndum para determinar los límites de su territorio. A mediados del siglo XVII, Rusia comenzó peleando con Polonia para determinar quién se comía a Ucrania; al mismo tiempo mantenía un conflicto con China por haber puesto algunas garras en sus dominios; guerreaba con Suecia por el litoral báltico y con Turquía por el del Mar Negro y el de Azov; de un zarpazo engulló Finlandia; saltando y corriendo de un lado a otro atravesó cercados y derribó murallas. En sólo un siglo, Rusia mantuvo tres guerras con Suecia y algunas más con Turquía, enfrentó a Austria, Prusia y Francia y se repartió Polonia con otros, en tres ocasiones. En 1783 sustrajo Crimea del dominio turco. En 1919 el Ejército Rojo ocupó Ucrania, convirtiéndola en satélite soviético, hasta la disolución de la URSS.
¿A cuál se parece más Rusia: al oso o al elefante? O tal vez es una combinación de ambos. Uno de esos animales fabulosos que resultaban de las uniones contra natura de especies diferentes, creencia a la que la imaginación de los pueblos primitivos eran tan afectos y que hasta recibió el respaldo de autoridad del respetado Empédocles.
Los conflictos de soberanía no se resuelven a votazos, en parte porque en estos casos consultar la voluntad mayoritaria no siempre es método justo y legítimo. No hay que violar leyes y principios fundamentales en nombre de la llamada voluntad popular, sea real o inventada. Existen muchos asuntos humanos importantes respecto a los cuales la opinión circunstancial de alguna mayoría carece de relevancia. El caso es que el concepto de proceso democrático, reducido a la minúscula expresión de los actos comiciales, o a la más mínima aun de los sondeos de opinión y encuestas, a menudo se lo pretende instrumentar para legitimar cualquier cosa.
Un oso que realice una encuesta entre los demás osos para decidir si van a comerse o no a los salmones, obtendrá siempre un cien por ciento de resultado unánime. Los elefantes, después de ocupar una pradera, se ubican en inmejorable posición para ganar una votación democrática acerca de si se la quedan o no. Por eso el Reino Unido quiere hacer consultas populares en Malvinas y Gibraltar; y Rusia mandó hacer una en Crimea y celebra disimuladamente otra recientemente ganada en la región ucraniana del Donetsk, poblada, obviamente, por mayoría rusa.
¿Qué tal si los paraguayos llevamos a cabo algunos referéndum donde habite una cantidad importante de compatriotas –en Argentina, por ejemplo– consultándoles cuál soberanía prefieren? Tal vez por esta vía nos hagamos de unos municipios bonaerenses; incluso de algunas provincias, como Formosa y Misiones; no lo llamaríamos “anexión”, por supuesto, sino “recuperación”. Mas no resistiríamos las represalias, carentes, como somos, de ejércitos poderosos, de petróleo o gas, y de un gran mercado de negocios. El Brasil, por el contrario, podría organizar uno aquí y, con votos de brasiguayos y de vendedores de cédula, ganar un referéndum en Alto Paraná, Canindeyú y Amambay, anexándolos sin más trámite. Recibirá, seguramente, algunas sanciones internacionales simbólicas e inocuas de algunos, y el aplauso silencioso de sus socios comerciales.
Necesitamos una fábula inspirada en el oso y el elefante; lástima que el gran género de Esopo, La Fontaine, Iriarte y Samaniego ya no se cultive. ¡Qué paradoja esta, de estar hartos de fabulistas y no tener ya verdaderas fábulas!
glaterza@abc.com.py