El idioma de uno

La pregunta que cabe hacer en el Día del Idioma –23 de abril– es, por supuesto, cuál de ellos estamos hablando hoy, aquí. O, dicho de otro modo, de dónde estamos obteniendo nuestros giros, modismos, vocabulario; de qué manera fijamos nuestros paradigmas; cómo evolucionan los paraguayismos; y, al hablar, a quiénes imitamos.

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¿Hay acaso una sintaxis del español que es paraguaya, argentina, colombiana, mexicana, etc., como dan a elegir los procesadores de texto? Cuando en cedés de cine nos ofrecen escoger entre subtítulos en español de España o español de Latinoamérica, ¿qué servicio nos prestan? Tal vez cuando se diga “peach”, por ejemplo, en un caso pongan “melocotón” y en otro “durazno”, a ver si así nos ahorran un gran obstáculo de comprensión.

Si bien hay un solo idioma español y no varios, hay, sí, hablas locales y modismos, por eso andalucismos, porteñismos o lunfardo, mejicanismos, etc., son fáciles de identificar. En las provincias de España y en los países de América hispana se habla el español según las particularidades locales, pero todos sujetos a una misma sintaxis. Mas, según avanza la globalización, ¿nos vamos diferenciando o asemejando?

Por de pronto, en nuestro país, los locutores de radio y TV, y los de publicidad, muestran clara preferencia por lenguas, estilos o modismos foráneos. Además de que imitar es signo de esterilidad cultural o de complejo de inferioridad, suele ocurrir que junto a las novedades se filtren los errores, como reproducir palabras escritas en violación de reglas elementales de ortografía castellana (Al Qaeda, Qatar); mal traducidas (sustainable por “sustentable” en vez de “sostenible”); o ridículamente traducidas (sugar free por “libre de azúcar” en vez de “sin azúcar”).

Los anglosajones emplean una norma inteligente al prestar un término de otro idioma: lo escriben de modo que suene como originalmente (petty por pétit; lasso por lazo; manatee por manatí). Nosotros los incorporamos, no como suena en origen sino como se escribió en inglés. ¿Esto es simple globalización o es ya colonialismo? ¿Hacemos a nuestro español vasallo del inglés; o simplemente aplicamos la ley del menor esfuerzo?

Dicen algunos que el fenómeno depende de cómo se lo mire; que si nos fijamos en la zona de influencia hispana en EE.UU. veremos cuánto de español fluye en las arterias del inglés. Tal vez. Es posible. Hay préstamos lingüísticos en todo lugar fronterizo o de afluencia migratoria. Pero, ¿Por qué llamar con nombres de otro idioma cosas que ya tienen los suyos en el nuestro?

Los comerciantes creen firmemente que con “Sale” y “20% Off”, por ejemplo, venden más que con “Liquidación” o “Rebajas”. A algunos resulta más cómodo “bacapear” que “hacer una copia”, “net” en vez de “red”. Por cierto, muletillas inglesas de moda, como “full” o “dame un tip”, antes de ingresar al Paraguay deben pasar y ser aprobadas por la aduana cultural de Buenos Aires. Lejos estamos ya de aquellos tiempos en que lo extranjero era sospechoso, como cuando un periodista le preguntó al torero Joaquín Rodríguez “¿Hablas inglés?”. Y este respondió: “¡Ni Dios lo permita!”

Pocos saben ya en qué consiste hablar bien el idioma de uno. ¿Es que existe el idioma de uno? cuestionó un estudiante. “El idioma de uno es el que se habla con la madre”, respondí, dudando de lograr éxito. Porque nunca como antes reina el relativismo en este ámbito, cuando cada quien habla y escribe como se le antoja, resistiendo airadamente toda corrección, como si fuera su derecho usar de la lengua como le plazca. Es que ya no se aprende a hablar de bocas de la madre y la maestra de escuela sino de la radio y la TV. Y muchos llegan al mensajito y al chateo sin haberse familiarizado antes con la tiza y el pizarrón, el cuaderno de doble raya y el diccionario.

Las lenguas vivas evolucionan, se acomodan a las preferencias y gustos de las generaciones sucesivas. Además, hay un mundo nuevo que está en construcción, exigiendo se cree o recree el lenguaje adecuado para manejarlo. ¿Cómo están cumpliendo esta tarea nuestras generaciones jóvenes? Créanlo o no, puede que la respuesta a esta cuestión la hallemos en los mensajitos de celulares. ¿Hablaremos todos así dentro de poco? (¡Ni Dios lo permita!)

glaterza@abc.com.py

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