El hemisferio fragmentado

La reciente reunión del Consejo Permanente de la OEA (CP/OEA, 6-7 de Marzo) sobre la crisis política en Venezuela dejó varias lecciones sobre la realidad de las relaciones interamericanas y los límites de un organismo intergubernamental como la OEA:

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1. ¿Qué hegemonía de Estados Unidos? La reunión mostró una vez más que la OEA no está dominada por el poder “hegemónico” del “imperio” ni sus “lacayos” que la alianza chavista argüía para no permitir el tratamiento de la crisis venezolana en la OEA. Lo cierto es que el Gobierno de Estados Unidos desde hace tiempo no ejerce su peso ni influencia en la OEA ni en América Latina en lo que respecta al tema de la democracia, ya sea por desidia, indiferencia, incapacidad de sus diplomáticos, o por preocupación en otras regiones (Medio Oriente, Afganistán, Ucrania).

Su diplomacia ni siquiera pudo convencer a los países del Caribe que la reunión sea abierta o que la declaración inste a Venezuela a aceptar una misión de “buenos oficios” de la OEA para observar y posiblemente facilitar el diálogo entre la oposición y el Gobierno. Esta “ausencia” o inefectividad es frecuentemente criticada por sectores “latinoamericanistas” y del partido republicano que empujan una política latinoamericana más activa y visible de promoción y defensa de la democracia.

2. Mercantilismo mata democracia. El chavismo ha utilizado su enorme riqueza petrolera para construir una alianza mercantilista y antinorteamericana que lo protege del “intervencionismo del imperio”, y/o de cualquier crítica por fraude electoral, control de todos los poderes, persecución a los medios, encarcelamiento de opositores políticos y estudiantiles, violencia y muertes ocurridas (más de 20). A la “alianza chavista” (Argentina, Bolivia, Brasil, El Salvador, Honduras, Nicaragua, República Dominicana y el Caribe) no le molesta la injerencia castrista en los asuntos venezolanos, ni el intervencionismo chavista con sus petrodólares a favor de sus aliados políticos nacionales.

Tampoco le perturba el chantaje que ejerce el chavismo para conseguir el voto del Caribe dependiente, so pena de perder los beneficios de la dádiva petrolera. Ni importan los insultos y descalificaciones groseras que el chavismo profiere a gritos contra los opositores internos y externos, o la descarada y abierta injerencia de Maduro en Paraguay. Lo que sí le interesa a la “alianza” es el petróleo regalado, y los dólares para las campañas electorales y la compra de sus exportaciones (Venezuela importa el 80% de lo que consume).

3. Fin del consenso. La reunión mostró un retroceso en el consenso y compromiso interamericano para la promoción y defensa colectiva de la democracia a través de la OEA que existía por lo menos hasta la firma de la Carta Democrática de la OEA en 2001. Más bien, la alianza chavista busca marginar a la OEA y por ende a Estados Unidos y Canadá de cualquier participación en ese tema y por ello han impulsado la creación de Unasur o la Celac. Aunque estos nuevos organismos tampoco garantizan unidad monolítica, excepto en la condena de un golpe de Estado y la exclusión de un gobierno golpista.

El retroceso fundamentalmente resulta de la división “ideológica” que se avizora en el continente, a grandes rasgos, entre la “alianza chavista” y la “alianza” del Pacífico (Chile, Colombia, Costa Rica, México, Perú, Estados Unidos y Canadá). La idea de una América unida por la democracia y el comercio hoy parece anacrónica o inalcanzable.

4. Los límites de la OEA. El efecto inmediato de la fragmentación continental es la parálisis de la institución. Su accionar refleja y depende del estado de las relaciones interamericanas. Sin consenso en las relaciones, ella pierde efectividad. Por otro lado, la OEA, como otros organismos intergubernamentales, es un club de los poderes ejecutivos y sus cancillerías. Por ello, durante una crisis de gobernanza democrática, que con frecuencia resulta de conflictos interinstitucionales o entre sectores opositores de la sociedad y el gobierno, los únicos que tienen derecho a voz y voto en una reunión del organismo son precisamente los representantes del gobierno, sin importar que estos sean los que violan sus propias constituciones, los derechos humanos, el estado de derecho o las más fundamentales libertades. La “oposición” no tiene voz ni voto. Esta falta de democracia interna es un anacronismo, particularmente cuando todos los Estados miembros son democracia. Ello restringe su capacidad de actuar como foro o ente neutral para facilitar el diálogo y contribuir a la gobernanza democrática. Ambas realidades marcan los límites de la organización.

(*) Profesor de George Washington University.

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