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Un tiempo atrás, en uno de esos diálogos sordos de internet, nuevamente me encontré con una cantidad de observaciones en torno del idioma guaraní que me explicaron una vez más cómo se pudo prohibir por tanto tiempo a la gente de ciudad hablar el idioma. Y cómo también el poder civilizador intentó arrinconarlo a la cotidianeidad, a la coloquialidad, construyendo las instituciones públicas en el idioma dominante: el castellano.
Mucha gente recuerda que en la ciudad se les pegaba a los chicos si se les escurría alguna "palabrota en guaraní". En las escuelas, instrumentos de la "civilización", se llegó al colmo de enseñar las materias solo en castellano.
La orden impuesta en el Canal 9 de evitar el guaraní en las notas periodísticas vino a remarcar esta situación implícita en la mayoría de los programas de televisión y de radio.
Hace rato que los medios de comunicación son instrumentos de ese poder dominante que ubica el guaraní como folclore o como código kachiãi. Por el lado kachiãi se lo utiliza para definir estereotipos de cómo es un travesti, un comisario, una empleada doméstica, vaciándose el mundo íntegro de la lengua, que no es dulce solamente ni es kachiãi nomás, sino que representa el mundo conceptual. Tiene vida, ritmo, secuencia, mitos, fraseología y una historia que se acumula y se transmite prestando términos técnicos, recreándose con nuevas formas de vestir, de vivir, de nombrar las cosas. Ese mundo de la lengua explica el ser, la historia y las raíces.
Cuando se impide su uso o se la arrincona como "lengua de pobres", "lengua del campo", "lengua del retraso", se mutila su capacidad creadora.
El idioma representa a la gente y le confiere identidad. Con él nombramos la tierra, la semilla, los pájaros, el amor, la tristeza y el conocimiento sobre el entorno.
Desde hace quinientos años el poder colonizado y colonizador repite que nuestra forma de representación del mundo a través del guaraní es obstáculo para el desarrollo. Así se ha operado siempre, siempre y cuando el mismo poder no necesitara, como en la Guerra de 1864-70 o la de 1932-35, cohesionar a la población utilizando su lengua madre. Luego los partidos tradicionales incorporaron los códigos de la lengua para comunicarse con ese mundo pero sobre la falsa e infame premisa de que el guaraní es de retraso y que, por lo tanto, toda la institucionalidad debe ser castellana.
En los últimos tiempos el régimen stronista incentivó la idea de la lengua como expresión folclórica con espacios musicales en las radios a la madrugada o a la mañanita. Al igual que intentó suplir la creación popular, de explosivo contenido contestatario, por la "danza paraguaya" o comedia "popular" de Los Compadres y otros exponentes.
En tanto se mantenga el castellano como el idioma del poder (y por ende de sus instituciones) y subsista el guaraní como el "idioma doméstico", "folclórico" o "kachiãi", una válvula gigantesca para el desarrollo humano, técnico y científico de nuestro pueblo seguirá cerrada.
Mucha gente recuerda que en la ciudad se les pegaba a los chicos si se les escurría alguna "palabrota en guaraní". En las escuelas, instrumentos de la "civilización", se llegó al colmo de enseñar las materias solo en castellano.
La orden impuesta en el Canal 9 de evitar el guaraní en las notas periodísticas vino a remarcar esta situación implícita en la mayoría de los programas de televisión y de radio.
Hace rato que los medios de comunicación son instrumentos de ese poder dominante que ubica el guaraní como folclore o como código kachiãi. Por el lado kachiãi se lo utiliza para definir estereotipos de cómo es un travesti, un comisario, una empleada doméstica, vaciándose el mundo íntegro de la lengua, que no es dulce solamente ni es kachiãi nomás, sino que representa el mundo conceptual. Tiene vida, ritmo, secuencia, mitos, fraseología y una historia que se acumula y se transmite prestando términos técnicos, recreándose con nuevas formas de vestir, de vivir, de nombrar las cosas. Ese mundo de la lengua explica el ser, la historia y las raíces.
Cuando se impide su uso o se la arrincona como "lengua de pobres", "lengua del campo", "lengua del retraso", se mutila su capacidad creadora.
El idioma representa a la gente y le confiere identidad. Con él nombramos la tierra, la semilla, los pájaros, el amor, la tristeza y el conocimiento sobre el entorno.
Desde hace quinientos años el poder colonizado y colonizador repite que nuestra forma de representación del mundo a través del guaraní es obstáculo para el desarrollo. Así se ha operado siempre, siempre y cuando el mismo poder no necesitara, como en la Guerra de 1864-70 o la de 1932-35, cohesionar a la población utilizando su lengua madre. Luego los partidos tradicionales incorporaron los códigos de la lengua para comunicarse con ese mundo pero sobre la falsa e infame premisa de que el guaraní es de retraso y que, por lo tanto, toda la institucionalidad debe ser castellana.
En los últimos tiempos el régimen stronista incentivó la idea de la lengua como expresión folclórica con espacios musicales en las radios a la madrugada o a la mañanita. Al igual que intentó suplir la creación popular, de explosivo contenido contestatario, por la "danza paraguaya" o comedia "popular" de Los Compadres y otros exponentes.
En tanto se mantenga el castellano como el idioma del poder (y por ende de sus instituciones) y subsista el guaraní como el "idioma doméstico", "folclórico" o "kachiãi", una válvula gigantesca para el desarrollo humano, técnico y científico de nuestro pueblo seguirá cerrada.