Cargando...
Cuando se incorporó a la revolución liberal de 1904 era un capitán dado de baja. Dos años antes se lo encontró culpable de conspiración. Conspirar fue su segunda naturaleza. En el campamento de Villeta recuperó su grado de capitán. Al poco tiempo el “gobierno provisorio” encabezado por el general Benigno Ferreira lo ascendió a mayor. Terminada la contienda con el triunfo de los revolucionarios –los colorados pasaron a la llanura– Jara quería más, siempre más.
Con el golpe del 2 de julio ascendió a ministro de Guerra y Marina y se hizo dueño del país. Se imponía a militares y civiles ayudado por el estado de sitio.
Algunos de los actos más condenables de Albino Jara se dieron cuando en un duelo ofició de padrino del joven periodista Carlos García que falleció de un balazo en la cabeza de manos de otro periodista joven, Gomes Freire Esteves. La muerte fue más trágica todavía porque la víctima era miope. Entre las muchas voces críticas se alzó la del periodista español, Rafael Barrett, que apuntó directamente contra Jara por no evitar el duelo pudiendo haberlo hecho. Desde entonces, desde ese artículo, sufrió terribles persecuciones. Ni su grave enfermedad –una tuberculosis pulmonar ya muy avanzada– le salvó de la bestialidad de Jara.
Un artículo que no le gustó al prepotente ministro de Guerra hizo que cayeran presos Barrett, director de su periódico “Germinal”, y su colaborador, José Guillermo Bertotto. Personalmente Jara le hizo tragar a Bertotto la primera página del periódico. Barrett, luego de unos días de estar preso, fue desterrado a Corumbá, Brasil.
El golpe de Albino Jara duró tres días con un saldo de muchos muertos y la caída del gobierno de Ferreira. Posteriormente, y dando sablazos, Jara llegó al fin a la presidencia de la República forzando la renuncia de Manuel Gondra, que estuvo apenas un mes y 23 días al frente del gobierno.
Un antiguo amigo y favorecedor de Jara, Adolfo Riquelme, en el intento de reponer a Gondra, se puso al frente de la subversión. Cayó prisionero en Villa del Rosario donde fue fusilado por la espalda en cumplimiento de una orden de Jara.
Cinco meses y trece días duró la presidencia del coronel Albino Jara. En su intento por regresar al poder encabezó una lucha armada que le resultó trágica. Falleció en Paraguarí el 15 de mayo de 1912 a consecuencia de las heridas de bala. Fue en presencia del ministro de Guerra, Manuel Gondra. Nuestra historia está llena de hechos novelescos.
La breve y tumultuosa vida de Jara –murió a los 35 años– fue la consecuencia del fracaso de los políticos que tanto ha costado al país en vidas y bienes. Cuando la clase política da prioridad a su codicia por el poder o el dinero –o ambos a la vez– se deja espacio para que otros aventureros, otros audaces insensatos, ocupen el lugar donde nunca tendrían que estar.
Los golpes no se dan solamente con las armas de fuego. La violación de la Constitución Nacional y las leyes desde el Palacio de Gobierno, el Palacio Legislativo y el Palacio de Justicia tiene el mismo y devastador efecto para las instituciones que un levantamiento armado. Muchas veces nuestro país ha perdido mucho más por estos atropellos que por alzamientos militares.
Una sentencia de la Corte Suprema de Justicia, una ley del Parlamento, un decreto del Ejecutivo dictados por la corrupción debilitan el cuerpo social de la nación. Ya no estamos, felizmente, en los tiempos de Albino Jara. En su gobierno estuvo acompañado por dos de los ciudadanos más ilustres por su vigor intelectual: Manuel Domínguez y Cecilio Báez. También estas curiosidades se dan en nuestra historia. Los gobernantes moralmente averiados siempre encuentran apoyo en ciudadanos que leen y escriben. Entonces la desgracia es doble.
A 110 años de distancia de la revolución de Jara, siguen la Constitución, las leyes y la decencia en el permanente peligro de ser anuladas por los Poderes del Estado con su efecto infalible: la inestabilidad de las instituciones democráticas.