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Con la muerte de Hugo Chávez y del truculento proceso montado para que Nicolás Maduro sea su sucesor, se han denunciado y probado hechos muy importantes: que la fecha del deceso de Chávez fue cuanto menos manipulada, que Maduro estaba inhabilitado por las propias leyes del régimen chavista para ser el sucesor, que para tal fin violaron su propia institucionalidad, que el poder judicial chavista prevaricó con ese propósito, que hicieron fraude electoral. Todo un verdadero concurso delictivo desde el poder para prorrogar el régimen dictatorial en Venezuela, como acción imprescindible para el sostenimiento de la dictadura cubana y su influencia en América Latina.
El títere es un “individuo que se deja manejar por otro”, es un muñeco, una marioneta. Un gobierno títere es aquel que “debe su existencia”, su esencia y sobrevivencia “al apoyo o control de una entidad más poderosa”, a un poder extranjero. Este tipo de gobierno “es una imposición” que se produce y sostiene siempre “en contra del sentimiento de la Nación sometida”.
El gobierno títere da lugar al “país satélite” por la evidente dependencia. Un gobierno títere no puede darse nunca en democracia, porque se trata de un gobierno de hecho, de fuerza. El gobierno títere se impone y responde por un poder ajeno a la soberanía nacional, pero queda protegido por el poder externo que lo articula en lo interno y lo arropa en las relaciones internacionales.
Un país bajo un gobierno títere no es soberano, no es democrático, no es independiente, no tiene posibilidad de poseer oposición política, está reducido a la dependencia y lo que puede tener es “resistencia”. La oposición política para ser tal debe tener la posibilidad de acceder al gobierno por los mecanismos democráticos fundados en el estado de derecho y la alternancia en el poder, situación imposible en el gobierno títere que es dictatorial e indefinido.
Ser un gobierno títere no es sinónimo de debilidad pero sí de imposición e impopularidad, ya que el Estado dominante tiene como tarea esencial mantener su marioneta en el poder por razones estratégicas, económicas y políticas, de interés propio. La fortaleza del títere viene de su mandante y está fundamentalmente destinada a sostenerse en el gobierno, para lo que implementa políticas y acciones antinacionales y de clara traición a la Patria. No puede ser de otra manera, ya que el interés al que responde el gobierno títere no es el de los ciudadanos de su país, sino el del poder que lo ha impuesto y lo sostiene.
Apliquemos las características precedentes a hechos de la historia reciente de Venezuela: la designación de Maduro como sucesor de Chávez fue hecha en Cuba y por el gobierno castrista que estableció incluso el día de la muerte oficial del caudillo; la seguridad interna del régimen venezolano está dirigida, sino operada por el régimen cubano; el gobierno de Maduro pese a la crisis económica venezolana no deja –sin pago evidente- de enviar petróleo a Cuba para que ésta lo revenda y se sostenga, pues el interés del interventor está por encima del Estado sometido; la defensa de la dictadura de Maduro está a cargo del castrismo y de su influencia internacional trabajada con dinero y petróleo venezolanos; el modelo de gobierno –y de crisis– en Venezuela es una copia del cubano; y como ya no cuidan ni siquiera las apariencias, Maduro ha desfilado el primero de Mayo ¡en La Habana!
El pueblo venezolano, sus periodistas, obreros, líderes, estudiantes, empresarios, presos políticos, exiliados, mujeres que claman por la libertad, todos, pueden llenar un libro con los casos que comprueban la naturaleza del gobierno títere que los oprime. Pero además, tal vez sea tiempo de que en Ecuador, Bolivia y Nicaragua lo piensen, porque se trata del modelo dictatorial del socialismo del siglo XXI de propiedad castrista que también rige en esos países.
[©FIRMAS PRESS]
*Abogado y Politólogo. Director del Interamerican Institute for Democracy