El gobierno no es de izquierda

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Hubo una campaña –y seguirá por intereses creados– de hacer creer a la gente que el gobierno de Fernando Lugo es un gobierno de izquierda. Se usan los apelativos de izquierdistas, izquierda radical, izquierda extrema, ubicándose como agentes sospechosos, algo así como portadores de virus. Se recrea y se atiza la base cultural impuesta por la dictadura stronista, la que intentara uniformar a nuestra sociedad con el pelo corto, el macho mbarete, la mujer dama, subordinada moral y políticamente al hombre, utilizándose la homosexualidad y el comunismo como agentes fantasmagóricos, póras, en tanto emergía en el escenario una casta económica traficante e impune.   
 
Este gobierno no es de izquierda ni lo será ni su proyecto político a largo plazo lo es ni lo será. Es, en general, un gobierno de restauración, con cal, parche y arena gorda, del estado stronista. El cartel de izquierda no le queda chico ni grande. No le queda; no es, es un no ser, es un decir nada, ni por si acaso.   

La base material del orden económico stronista (agroexportación, reexportación –incluidas esas mercaderías consideradas ilegales– y escaso procesamiento de materia prima) se consolida en este período y por lo tanto los poderes que representan a ese modelo en el Parlamento, en la Justicia y en los grandes medios, también.   

El gobierno de Fernando Lugo no tiene ni un ápice de izquierda, y si bien hubo amagos al principio de contrarrestar el depredador modelo económico, que subordina al Estado a un papel servil a sus intereses, fue más que nada un imprescindible juego con las expectativas populares. El proyecto en el gobierno es, básicamente, de mantenimiento del régimen económico, de crecimiento en sus sectores menos redistributivos como la exportación de la soja y la carne y en la escalada de reexportación que le sirve a importadores, distribuidores y deja nadando en migajas a la población y comiendo, mucha gente, cartílagos de puchero encarecido.   

No se cambian las cosas con discursos, con gestos, con guiños, sino con acciones concretas que modifican la base material de nuestra sociedad.   

El Estado paraguayo es oligárquico y además neoliberal, como lo es desde el mismo momento en que EE.UU. pactó con Andrés Rodríguez, indicado como jefe del narcotráfico en los 80, la retirada de Alfredo Stroessner. Es neoliberal porque vació todas las empresas públicas: mató el ferrocarril, el tranvía, regaló Acepar, dejó caer la Flota Mercante del Estado, vació Antelco, ahora Copaco, hasta reducirlo a un mínimo papel, aseguró a su propios trabajadores en seguros privados y les paga becas en universidades privadas y ahora, además, se renuncia a manejar la modernización de los aeropuertos, aun estos tengan números suficientes para emprender la tareas necesarias. Por varias otras cosas más, es un Estado oligárquico y neoliberal. El gobierno de Fernando Lugo no vino a modificar la esencia del Estado paraguayo y –por lo tanto– los poderes económicos antiguos manejan la agenda pública de cara a sus intereses.   

El Estado paraguayo seguirá por mucho tiempo siendo funcional a esa economía depredadora, donde los intereses de todos los grupos de poder son mucho más importantes que las necesidades colectivas.   

Hubo amagues al principio, y sobrevino un cerco preventivo de la derecha que amoldó este gobierno a ser exactamente lo que estos intereses quieren de esta administración: un gerente no tan arbitrario del almacén, no tan cleptómano, un gerente que barnice la casa sin reparar las vigas podridas. Lo amoldó hasta adaptarlo a las cuestiones políticamente correctas, dejándolo con un miedo bárbaro de molestar los oídos muy sensibles de los dueños del país. Ni siquiera el control de las leyes medioambientales ante el ecocidio y genocidio causados por los agrotóxicos en el campo se pudo sostener y tan siquiera un catastro de propiedades refundar para intentar la recuperación de los territorios robados por los popes del modelo stronista.   

Todo en el gobierno es funcional

 al estado stronista, oligárquico, que produce verdaderas castas en el sistema público y en sistema privado y aleja a la población de los derechos y la sume en las prebendas, la somete a la pervertida estructura de favores donde los patrones hacen lo que se les da la gana con los trabajadores. Ni hablemos de la agenda obrera. Ahí está por vaciarse completamente una empresa más del Estado, Acepar, con cientos de trabajadores en la calle. El gobierno de Fernando Lugo y el posterior proyecto, el que enfrente al representante con la cara lavada del narcotráfico en el país, es un proyecto conservador y recreador de instituciones que en su naturaleza, stronista, aplastan a nuestra población. Las grandes reivindicaciones están ahí, en estado larval y catártico, en disputa íntima, contradictoria, argel muchas veces, por encontrar un mecanismo de representación que rompa con el mezquino interés de cierta gente que se regodea el ombligo frente a espejos múltiples que le dicen lo bien que sería este país sin la cochambre.   

 jbenegas@abc.com.py   
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