En zonas rurales boscosas la presencia de estas sabandijas era tan común que las crónicas históricas dan cuenta de que los primeros pobladores de Santa Rosa del Mbutuy, en San Pedro, debían lidiar “con los temibles guayaquíes, las fieras salvajes y la continua invasión de mbariguis” cuando se fundó el distrito en 1928. La inexplorada región rodeada de montes en aquella época era conocida como “el infierno” pues traía serios trastornos a la población.
Asunción, como ciudad ribereña y receptora de éxodos de toda laya, no escapó a los fastidios. Por demás los capitalinos hacían gala de costumbres poco apegadas a la higiene y normas de urbanidad. El nombre científico del mbarigui o karachã es Lutzomyia longipalpis. Fue descrita como vector de la temible leishmaniasis en Paraguay en 1955 por los doctores González G. y Arce A.
En 1968 la solución a esta plaga –junto a moscas y mosquitos– era “Repel”, que se vendía en todas las farmacias. Por 1974 apareció “Autan”, de Bayer, especialmente destinado “a los mosquitos y molestos mbarigui”.
Para enfrentar el acoso de estos dípteros se sumó la firma paraguaya Iris que en los años setenta lanzó su repelente crema “Mbarigui” 3 en 1, efectivo contra mosquitos, moscas y mbarigui.
Quizá en el interior no llegaban estos productos y nuestros abuelos tenían como el más eficaz repelente de cada anochecer las humaredas producidas con bostas resecas de vacunos recogidas de los campos comunales. Puede que los espirales no estuvieran muy extendidos, y además no eran gratis.
Los indios guaraníes –dice Luis Verón– se protegían de los ataques de los flebótomos untándose la piel con urucú o con la decocción de la madera de paray o palo amargo.
Para la Capital las nubes de insectos eran un grave problema cíclico. En 1976, una crónica de ABC Color decía: “En muchas zonas de la capital, los pobladores no pueden abrir la boca sin que involuntariamente traguen pequeños insectos voladores que inundan el ambiente. La situación se debe a la verdadera invasión de mbarigui que está soportando Asunción en el curso de los últimos días. El pequeño insecto, casi invisible, causa picazón en determinadas zonas del cuerpo, y la gran cantidad que existe en nuestro medio, hace poco menos que imposible su extinción”.
Era setiembre, días previos a la primavera, y la crónica sobre la invasión –también motivo de caricaturas– decía que la población comenzó a ser acosada por estos insectos después de una ola de intenso frío. Se explicaba que proliferaban en zonas húmedas y lugares con basural ni bien ingresaba el calor. Pero el Senasa decía que entonces no había basurales –tal vez no los veía– en Asunción y culpaba a la creciente del río que habría desalojado a las karachã de su hábitat.
El arraigo de plagas castigaba a pobladores de barrio Obrero ya muy entrados los 80 cuando la Salamanca era el vertedero oficial de Asunción.
No sabemos si fueron exterminados o solo se mudaron, como las langostas que ahora causan estragos en el Chaco.
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