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Dicen que la experiencia ajena no sirve, que para aprender, uno tiene que sufrir el problema en sus propias costillas. Entonces, cómo es posible que todavía no hayamos aprendido después de haber pasado –y seguimos pasando– por las desastrosas consecuencias de un Estado administrador. Empresas que funcionaban a la perfección fueron a la ruina después de pasar de manos privadas a manos del Estado. Un ejemplo no muy lejano lo tenemos en el ferrocarril. El delirio “nazionalista” de la dictadura decidió que un medio de trasporte tan importante no podía estar en manos de una potencia extranjera, Inglaterra, y resolvió nacionalizarlo. Hasta comienzos de los años sesenta funcionaba de manera regular hasta que en manos del Gobierno tardó pocos años en cerrar por quiebra y a partir de entonces comenzó el robo sistemático de todo lo que se podía robar, incluyendo los rieles.
En una oportunidad estuve en los talleres del ferrocarril en Sapucái y me sorprendí al ver que abajo del cristal de muchos escritorios de las oficinas había una fotografía de la reina Isabel II. Le pregunté a uno de los funcionarios que me acompañaba qué significaba aquello y la respuesta fue sencilla: “En la época de los ingleses vivíamos mejor. Nos prestaban más atención, nos daban equipo de seguridad para el trabajo, ropa, guantes, todo lo que hiciera falta. Desde que el tren es paraguayo nos cortaron todas esas facilidades”.
Para seguir con los ejemplos tenemos al tranvía que administraba una compañía argentina llamada CALT (Compañía Argentina de Luz y Trasporte) si mal no recuerdo. ¿Dónde están hoy los tranvías que buen servicio hubieran prestado en esta crisis del trasporte público? Luego la compañía de teléfonos, la antigua Antelco convertida hoy en Copaco. No se dieron cuenta de que su negocio era vender llamadas y no aparatos. Vinieron las compañías de teléfonos celulares y le pasaron por encima. Sería bueno conocer qué cantidad de teléfonos móviles hay en servicio y cuántos de línea baja; teléfonos que están activos, pues sé de casas que desde la última vez que se quedaron sin servicio por este o aquel otro motivo resolvieron no volver a reclamar. Por último, ni hablar de la compañía de agua corriente, Essap, que para lo único que sirve es para romper calles y dejar sin agua a miles de hogares.
La manera en que revientan los transformadores de ANDE es inexplicable. ¿Cuál es la causa? ¿El calor? ¿El alto consumo? ¿Pero acaso el objetivo de la empresa justamente no es vender corriente eléctrica? ¿Y por qué no puede hacerlo, si tenemos la hidroeléctrica más grande del mundo?
Cuando la Armada Invencible enviada por Felipe II contra Inglaterra (1588) terminó en un descomunal desastre, el monarca dijo que “había mandado la Armada contra Inglaterra y no contra los elementos”. De este modo le echaba la culpa a las tormentas y cubría la torpeza de quien había tenido a su cargo comandar la expedición. Pues, adaptando la historia con pequeños cambios, parecería que las sucesivas administraciones de nuestro país (léase Gobierno) fueron mandadas contra los elementos, ya que todos sus estruendosos fracasos son atribuidas al calor, a las tormentas, a las continuas lluvias, al extremo frío, a la fuerza de los vientos, a lo que sea. Me pregunto si en otros países alrededor del mundo no habrá sitios que no sufran ni lluvias, ni tormentas, ni frío, ni calor, ni viento, ni lo que sea. Parece ser que somos los únicos.
Hay muchas cosas que no pasan por la coima ni por el negociado, sino por la eficiencia. Si la tubería está mal puesta, si los cables mal tendidos, los trasformadores mal construidos, pues simplemente revientan aunque le paguen una coima. Es momento de superar la corrupción, el compincherismo en la administración pública y poner gente que su misión sea hacer bien el trabajo y no mandar al país contra los elementos.
jesus.ruiznestosa@gmail.com