El diseño del futuro

Para organizar el futuro, hay que diseñarlo; como para organizar la construcción de una casa, el arquitecto, ingeniero y decorador, de acuerdo con los propietarios, tienen que diseñarla.

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En muy pocas carreras, menos aún en escuelas y colegios, se enseña cómo hacer diseños, a pesar de que diseñar es necesario si se quiere trabajar con itinerario seguro para llegar a los objetivos que deseamos. Es fácil imaginar la pérdida de tiempo, el aumento de costos y la probabilidad de frustraciones de quien invierta su dinero, por ejemplo, en construir una casa (¡no digamos un país!) sin planos, sin diagnóstico del terreno, sin planificación del proceso de construcción y sin pre-visión de lo que se quiere.

Por arrastre histórico de modos de pensar en siglos pasados, nuestra cultura y educación están mucho más fuertemente basadas en pensamientos para el análisis y el juicio que en pensamientos para el cambio y la acción. Nuestros procesos de enseñanza-aprendizaje insisten más en saber lo que las cosas son, en la descripción objetiva de la realidad, que en la operatividad y la producción; es decir, en lo que las cosas pueden llegar a ser y prepararnos para ello. Los educadores hemos olvidado que el destino principal de los conocimientos no es retenerlos en la memoria, el destino y valor de los conocimientos están en que sirvan para la acción transformadora

Los juicios buscan la verdad y se apoyan en el pasado, los diseños buscan los valores y apuntan al futuro. Ambos recursos son necesarios, los juicios que lleven a la verdad de lo conocido y los diseños que acumulan valores y nos adelantan el futuro que será.

Tan importante es para el presente y el porvenir de las personas y los pueblos la previsión y el diseño del futuro, que se ha creado la ciencia de la futurología. Gastón Berger (uno de sus fundadores) la define como “la ciencia basada en el método científico que estudia el futuro para comprenderlo y poder influir en él”. Para los europeos es tan importante que la OCDE se ha tomado la molestia en definir la futurología diciendo que es “el conjunto de tentativas sistemáticas para observar e integrar a largo plazo el futuro de la ciencia, la tecnología, la economía y la sociedad con el propósito de identificar las tecnologías emergentes que probablemente produzcan los mayores beneficios económicos o sociales. Queda muy claro que para los europeos el impacto de las ciencias y las tecnologías en la vida, cultura y economía de las gentes es factor fundamental determinante de cambios y modos de vida y convivencia.

He leído no sé cuántos borradores de proyectos de país, preparados por diversos grupos políticos de diferentes partidos. Todo quedó en borradores, a estas alturas, seguimos sin tal proyecto. El país se construye o se destruye por su propia inercia, según qué grupos de poder fáctico tengan mayor influencia. Oigo y leo cantidad inmensa de juicios sobre el país, yo mismo los hago preocupado porque parece que mucha gente no ve y desde luego poco hacemos para mejorarlo.

No conozco ningún diseño que nos adelante qué construcción nacional de país estamos haciendo o nos proponemos hacer. Los borradores que he leído en estos años de anhelada democracia no son diseños, a lo más son visiones, descripción de sueños de lo que queremos que sea Paraguay. Suelen ser generalidades de políticas deseables, pero ni siquiera llegan a proponer estrategias concretas y programas realistas estratégicamente planificados y claramente presupuestados. Son juicios sobre futuro deseado y no diseños para construirlo sumando valores, voluntades y recursos; a lo más dicen qué se quiere, pero no dicen cómo se logrará. El diseño está, debe estar, en la base de la acción.

Tengo entendido que la Secretaría Técnica de Planificación se creó con este propósito y ahora parece que se ha creado otra institución para lo mismo. Ojalá que entre las dos reúnan a verdaderos expertos en futurología para diseñar el Paraguay que todos, no solo un grupo o clase social, necesitamos y queremos. Y esperemos que el proyecto sea verdadero diseño y que el documento final, suficientemente consensuado, no quede enterrado en los cajones de los ministerios.

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