Cargando...
Una de la razones probablemente sea nuestra ancestral tendencia al chiquitaje; al ovaléma; al oîporãitereíma; y la consecuente conformidad con mantenernos a ras del suelo, cuando podemos volar muy alto como país, teniendo sobradas condiciones para hacerlo.
Parece que olvidamos que, entre muchas otras proezas, fuimos capaces de desviar uno de los ríos más caudalosos del planeta y construir, mano a mano con los brasileños, la represa hidroeléctrica más grande del mundo. Sí, nosotros, los paraguayos. Muchas veces hemos demostrado que somos capaces, tenaces, trabajadores incansables, y que no nos achicamos cuando tenemos en frente un desafío de gran magnitud.
Entonces, ¿qué es lo que nos falta? Nos falta visión; mirar más allá de nuestro entorno inmediato; pensar en algo grande para nuestro país, pero posible de alcanzar; ver las oportunidades que tenemos al alcance de la mano; contrastarlas con nuestros recursos; convencernos de su factibilidad; decir “esto es posible, lo vamos a hacer”, y hacerlo.
Pero como en el fútbol, alguien tiene que dar el puntapié inicial para que todo se ponga en marcha. Ese tiene que ser un visionario. No alguien que espere que las cosas ocurran por casualidad o por inercia, sino alguien capaz de concebir en su mente sueños que parecen imposibles, de ponerlos en acción con la decisión, el coraje, la pasión y la energía necesarias, y de hacer que las cosas ocurran. Solo lo visionarios pueden ser capaces de llevar a un país y al mundo a otra dimensión; a una nueva realidad que beneficie a todos.
Existe un discurso que pinta de cuerpo entero a un visionario, y del que mucho podemos aprender. Fue pronunciado en la Universidad Rice, en Houston, el 12 de setiembre de 1962, por el presidente John F. Kennedy. En ese discurso, el Presidente no solo explicó por qué quería llegar a la Luna, sino aseguró que esto, a pesar de las dificultades, se lograría antes que ningún otro país y dentro de esa década, para lo cual debía crearse un sinnúmero de condiciones necesarias para lograr el objetivo, que en ese momento no existían.
Kennedy sabía que la exploración espacial seguiría adelante, con o sin la participación de los EE.UU.; y que en ese momento de la guerra fría, la supremacía en el espacio era crucial para decidir si este iba a convertirse en un lugar de paz y cooperación, o en un nuevo teatro de guerra aterrador.
El desafío no era menor. Se trataba de llegar a la luna, a 240.000 millas de la Tierra. Para lograrlo se requerían aleaciones de metal que no se habían inventado aún, para construir un cohete gigantesco, capaz de resistir el calor y la presión en grados nunca antes experimentados; que llevaría a bordo a tres hombres, y todo el equipamiento necesario para la propulsión, la dirección, el control, las comunicaciones, la alimentación y la supervivencia, en una misión nunca antes intentada, a un cuerpo celeste desconocido, y luego traerlos de regreso a la Tierra de manera segura, ingresando a la atmósfera a una velocidad mayor a 25.000 millas por hora, resistiendo un calor equivalente a la mitad de la temperatura del sol.
La complejidad del reto, lejos de desalentar al Presidente, lo entusiasmó mucho más. “Hemos decidido ir a la Luna en esta década y hacer lo demás, no porque sean metas fáciles, sino porque son difíciles, porque ese desafío servirá para organizar y medir lo mejor de nuestras energías y habilidades; porque ese es un desafío que estamos dispuestos a aceptar, uno que no queremos posponer, y uno que intentaremos ganar, al igual que los otros”, dijo con decisión ante la asombrada concurrencia.
Para los detractores que nunca faltan, en el discurso de Rice, Kennedy incluyó una reflexión que por su contundencia merece ser destacada:
“Proponernos nuevos desafíos, nos expone a nuevos problemas y peligros; y los costos pueden ser altos, por lo que no es de extrañar que algunos prefieran que, en lugar de avanzar, nos quedemos donde estamos un tiempo más para descansar y esperar. Pero no hay que olvidar que el mundo fue cambiado por quienes se animaron y se adelantaron; no por los otros”.
No permitamos que en Paraguay “los otros” nos priven del futuro que merecemos.