El Día D

Desde la noche del 5 de junio de 1944 más de 150.000 soldados se arrojaron sobre la costa de Normandía para asegurar cabezas de playa, abriendo el paso a lo que serían después más de dos millones de invasores americanos, británicos, franceses, canadienses, polacos, noruegos y de otras nacionalidades.

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Solo en los primeros minutos de combate cayeron abatidos más de 17.000 soldados de ambos bandos, y unos 120.000 más en las horas subsiguientes. Para mejor apreciar, comparemos: en una sola batalla de la Guerra de Secesión (Bull Run; 1862) ocurrieron unas 12.000 víctimas en pocas horas. En Boquerón fueron alrededor de 3.000 los caídos en ambos lados durante los 20 días de combate. 

La acción militar más ciclópea, compleja y onerosa de la historia de la humanidad (hasta ahora) requirió, entre muchas otras cosas, 1.200 naves de guerra, 7.000 buques y unos 200.000 vehículos de todo tipo, 12.000 aeronaves y otras tantas toneladas de bombas arrojadas. Las demás cifras son igualmente asombrosas, tornando ridículas las comparaciones. El apacible cementerio estadounidense de Normandía contiene 10.000 cruces blancas, idénticas y alineadas, bajo las que yacen los soldados de ese país caídos el Día D; entre ellas, muchas que rezan simplemente: “Aquí descansa en honorable gloria un Camarada de armas solo por Dios conocido.”

Se dijo ya suficiente acerca de la heroicidad, la tenacidad, la juventud aniquilada y la ferocidad humana cuando su inteligencia es puesta al servicio de la destrucción; véase que no solo por estas cosas la conmemoración del 75º aniversario del Día D merece mucho más que unos cuantos ramos de flores, discursos políticos y oraciones por la paz. 

A la sazón, el general Higinio Morínigo era el gobernante en el Paraguay. Hombre grisáceo que llegó al poder en un día feliz para él, aciago para el país: 7 de setiembre de 1940. Él, como casi todos los oficiales de entonces, admiraban a los ejércitos del Eje, aunque de la doctrina fascista misma no estuviesen muy al corriente. En otras palabras, no leían “Mein Kampf” pero dominaban el orden cerrado, incluido el paso de ganso. 

No estaban solos, ya que muchos políticos vibraban al unísono. En 1941 el canciller Argaña aseguraba al ministro alemán Buesing “la más estricta neutralidad y amistad hacia Alemania” de parte paraguaya. Pero luego vinieron Pearl Harbor y la entrada de EE.UU. al conflicto, arrastrando consigo a Latinoamérica. A disgusto pero obligado por acuerdos continentales, el régimen de Morínigo decretó la ruptura de relaciones con las “potencias del Eje” (Alemania, Italia, Japón) el 28 de enero de 1942, cuatro meses antes del Día D. 

En los inicios de aquel conflicto mundial no era tan fácil distinguir entre buenos y malos como hoy nos resulta. En 1942 los simpatizantes del nazifacismo –los había entre liberales, colorados, febreristas y católicos– creían sinceramente en la invencibilidad militar del Eje y en la inevitabilidad del triunfo de su doctrina, así que juzgaron error grave la ruptura decretada por el Gobierno. El mismo Morínigo habría quedado muy consternado por tener que ir contra sus preferencias. Según datos de Seiferheld, en 1940, en nuestro país había 15.000 alemanes nazis militantes. 

No tuvimos presencia en el Día D; no participamos en aquella guerra, es cierto, pero confiscamos valiosas propiedades de alemanes e italianos en Asunción, San Bernardino, Altos, Encarnación y Fernheim, así como sus prósperas empresas y comercios particulares. En resumen, en esa ocasión no pudimos demostrar la bravura del soldado paraguayo, aunque sí la picardía de sus jefes. 

En ocasiones, la Historia parece divertirse reservando roles gloriosos para algunas personas y ruines para otras. Durante la Segunda Guerra Mundial murieron alrededor de 20 millones de militares y 48 millones de civiles. En el Paraguay, apenas la confiscación de algunos clubes sociales, casas de negocio y terrenos. Fue nuestra miserable contribución a la acción militar más ciclópea, compleja y onerosa de la historia de la humanidad. Con razón aquí no conmemoramos el acontecimiento.

glaterza@abc.com.py

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