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En la Argentina hay temor y desconfianza. El descarado asesinato del fiscal Alberto Nisman, la noche antes de que fuese a revelar quiénes estuvieron involucrados en el atentado terrorista contra la AMIA (la mutual de entidades judías argentinas) fue el aviso del Gobierno. “Si estás contra nosotros, estás muerto”.
Las encuestas para las elecciones se hicieron telefónicamente. Cualquiera sabe que si tienen su teléfono también tienen su dirección, de manera que si la pregunta hecha por los encuestadores fue: ¿Por quién va a votar en las próximas elecciones? Por precaución optaron por decir: Scioli.
Las masas peronistas están apesadumbradas, posiblemente dejarán de recibir contribuciones del Estado. Pero su desesperanza parasitaria no es comparable a la incertidumbre que agobia a los gobernantes.
Cristina no tiene cómo esconder su multimillonaria fortuna ni país que la cobije. A menos que desee mudarse a Venezuela, Ecuador o Bolivia, lugares que le quedan chicos para lucir sus joyas y vestidos. Lo mismo ocurre con sus adláteres. El futuro de los descarados ladrones es la cárcel. Si es que queda algo de dignidad en la Argentina.
Y este es el meollo del asunto. La dignidad se perdió hace mucho. No importa de qué partido o tendencia sean los políticos o los ciudadanos comunes. Los argentinos perdieron su decencia en todos los niveles sociales.
No existe un caso semejante en el planeta. De haber sido el único país latinoamericano que pudo jactarse de ser parte del primer mundo hace cien años, decayó hasta lo más bajo de la escala zoológica. Gracias principalmente al peronismo, pero los iniciadores del proceso fueron los radicales, que son izquierdistas con buenas maneras. Su filosofía colectivista y estatista no difiere en mucho de la peronista.
Mauricio Macri no es un político versado, le falta recorrido, pero es un buen tipo. Por otra parte, tener recorrido político en la Argentina no es la mejor carta de presentación.
Scioli, un desconocido, más simpático que los Kirchner, tuvo la suerte de estar en el lugar adecuado en el momento propicio. Pasó desapercibido en el ambiente político, jugó sus cartas manteniéndose callado, pero inteligentemente ligado a la primera dama. No tiene ningún mérito ni planes nacionales; solo ambición personal.
El ser presidente de un país es el sueño dorado de cualquier ser humano. Macri también tiene deseos personales, pero más visión, y no es peronista, lo que le agrega muchísimos puntos a favor. Tampoco necesita robar. El dinero no es su motivación, pues tiene suficiente para vivir su vida plena de lujos.
Si puede haber un cambio en la Argentina, este a primera vista es más generacional que político. La guardia vieja que involucra a toda la escoria gobernante se acaba ahora junto con la tanda Montonera y las cínicas de Plaza de Mayo.
Los argentinos en su mayoría son de izquierdas y los que son de derechas son nazis. No hay muchos que entiendan de capitalismo, libertad, mesura, democracia, respeto a la ley, a la justicia, al prójimo, y demás ingredientes que hacen a una sociedad seria, moderna y competitiva. La única solución que tiene la Argentina para salir de su letargo e inmoralidad es el capitalismo libertario.
Si Mauricio Macri obtiene la presidencia, debe cortar los subsidios, rejuvenecer la economía y la mentalidad torcida que contaminó a su país. La última es la más difícil de cambiar. Los argentinos se acostumbraron al omnipotente estado paternalista. El individuo no existe. La característica más visible en los argentinos es que son estereotipados. Conoces a uno y conociste a 40 millones.
* Analista político www.josebrechner.com