Cargando...
Esto ha sido anunciado e interpretado, en cada caso, como una renovación que anticipaba un tiempo político esencialmente diferente al pasado. Los políticos vencedores proclamaban su victoria como el advenimiento al poder de aquellos que han sido históricamente excluidos por sus ideas, su cultura, su clase social o su género. Lo cierto es que con la llegada al poder de Hugo Chávez (Venezuela, 1999), Ricardo Lagos (Chile, 2000), Luis Inácio “Lula” da Silva (Brasil, 2002), Néstor Kirchner (Argentina, 2003), Tabaré Vázquez (Uruguay, 2004), Evo Morales (Bolivia, 2005), Rafael Correa (Ecuador, 2007) y Fernando Lugo (Paraguay, 2008), América Latina giró a la izquierda.
En verdad, en América Latina se ha producido en las últimas décadas un conjunto de grandes transformaciones. Por primera vez en la historia, una región en desarrollo y con sociedades profundamente pobres y desiguales está organizada, casi en su totalidad, bajo regímenes democráticos. En América Latina se define una nueva realidad sin antecedentes: la relación entre democracia, pobreza y desigualdad. En efecto, por primera vez conviven estos tres rasgos, y la democracia enfrenta el desafío de su propia estabilidad coexistiendo con los retos de la pobreza y la desigualdad. Los riesgos que se derivan de esta situación resultan particularmente complejos y la escasa comprensión de esta realidad singular puede llevar a dos consecuencias graves para la democracia: la primera es ignorar la necesidad de la viabilidad económica de la democracia, esto es, ignorar la necesidad de construir bases sólidas de una economía que permita atacar la pobreza y la desigualdad; la segunda es desconocer la viabilidad política de los programas económicos, esto es, ignorar que esos programas se aplican en sociedades donde las demandas ciudadanas y el juicio sobre dichas políticas se expresan libremente. En consecuencia, el debate sobre la estabilidad democrática no debe ignorar la pobreza y la desigualdad, ni las políticas de crecimiento deben soslayar que, pobres y desiguales, los ciudadanos latinoamericanos ejercen su libertad para aceptar o rechazar esas políticas.
Esta situación plantea el desafío de resolver ciertas tensiones entre economía y democracia. Todo indica que solo con más y mejor democracia las sociedades latinoamericanas podrán ser más igualitarias y desarrolladas. La razón de ello es que solo en democracia quienes carecen de niveles mínimos de bienestar y sufren las injusticias pueden reclamar, movilizarse y elegir en defensa de sus derechos. El gran desafío, pues, es combatir la pobreza y la desigualdad con los instrumentos de la democracia. En consecuencia, cabe asumir que las sociedades latinoamericanas resultan ser sociedades en vías de desarrollo, donde las demandas sociales se expresan libremente y la economía se organiza en torno al mercado. Esta combinación entre libertad política y libertad económica en contextos de pobreza y desigualdad puede no generar como resultado el fortalecimiento de la democracia y el desarrollo de la economía. De hecho, estudios importantes muestran que la ciudadanía latinoamericana celebró el advenimiento de la democracia y experimentó un renovado optimismo y confianza en el futuro político de la región pero que, sin embargo, poco tiempo después las demandas y los conflictos sociales se reactivaron y en muchos países la desilusión respecto del desempeño de los gobiernos democráticos se intensificó. Es altamente probable que la influencia de los asuntos sociales y económicos en el desempeño de los regímenes democráticos sea de particular importancia en América Latina, donde la pobreza y la desigualdad todavía resultan alarmantes. Lo cierto es que la izquierda que gobernó durante la última década en la región no pudo con ellas y hoy parece políticamente desgastada.
dm@danielmendonca.com.py