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Pero esa no fue la única vez que me acordé del borracho de la arbolada. Un par de horas después me enteré del suceso sobre el cual todo el país hablaba: un parlamentario llorando en plena sesión del Congreso (con serios indicios de haber novelado la denuncia) y un Presidente acusado por el parlamentario de haberlo amedrentado en medio de un acontecimiento social.
A mí no me preocuparía si el Presidente bebiera socialmente como cualquier hijo de vecino. Ni que ocasionalmente se pase de copas contando malos chistes, se balanceara caminando, cantara en la calle, cometiera algunos exabruptos o camine apoyado por la pared. Esto sería anecdótico si fuera ocasional.
Pero si el alcohol es parte de una enfermedad, ya no es anecdótico, porque científicamente se ha demostrado que se incurre en pérdida de control. Y no puede perder el control el hombre que tiene la mayor investidura del Paraguay.
Para mi sorpresa, la mayoría se tomó con el parlamentario porque fue a llorar al Congreso. Lo más suave que se le dijo fue “llorón” y “kuñã’i” porque pareciera que en un país machista es más vergonzoso llorar y ser “mujercita” (como si fuera un pecado nuestro género) que ser un alcohólico gobernante y amenazante, si es que lo que dijo el legislador ocurrió realmente. Hasta ahora no vi la famosa grabación, pero de ser cierto lo que dicen algunos colegas fue igual nomás también de vergonzosa la exposición del parlamentario, porque parecía seguir un libreto novelado acompañado de lágrimas.
Aquel a quien acusan de amenazar, advertir, amedrentar y vociferar no es cualquier individuo. Es el primer mandatario de esta República; no estamos hablando del borracho de la arbolada que hace reír a Rolando. El que hizo uso de la prepotencia no es el borracho del barrio que compra caña blanca a 1.000 guaraníes el litro: es un hombre elegido por la mayoría de los votantes del Paraguay para dirigir el país.
Han dejado de ser cuentos y chismes que corren en corrillos de asados las historias presidenciales sobre su ingesta de alcohol. Y si las mismas llegan formalmente al Parlamento en forma de denuncia pública, ya no son anécdotas. Habrá hecho un show llorando el parlamentario... pero la actitud presidencial ni tuvo ese rango: si fuera cierta, fue una bravuconada empujada por el alcohol y desde una investidura presidencial. Ojalá que el entorno –que es el que hunde o rescata– ayude para que siga gobernando con mejor criterio, control... y sobre todo sobrio. Si Cartes va a acusar a algo de alguien, que lo haga seriamente… no después de beberse muchas copas, según se desprende de lo que dijo el parlamentario.
mabel@abc.com.py