El arte del buen mentir

Mark Twain refería que “toda mentira cortés es un arte encantador y amable”, y agregaba, “lo que lamento es la creciente costumbre de una verdad brutal. Una injuriosa verdad no tiene más mérito que una injuriosa mentira”. Él mismo, pues, profería una verdad brutal: la de que, eventualmente, ciertas falsedades pueden ser tan estimables cuanto las verdades. A menudo seguimos más fielmente a quienes nos mienten.

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Algunos siglos antes que Twain, Giordano Bruno acuñó un dicho imperecedero: Se non e vero, e ben trovato (si no es verdad, está muy bien inventado), referido a esas bolas tan, pero tan ingeniosas, que merecen al menos nuestra admiración. Me viene a la memoria –no sé por qué– aquel partido que prometía, hace ya algún tiempo, que lo primero que haría al llegar al gobierno, sería ocupar la Antártida y asentar allí soberanía paraguaya.

Pero currar no es parte de la praxis política solamente; la burocracia pública o empresarial, por ejemplo, genera sus propios y peculiares timos. “El jefe viajó”; “su pedido está marchando”; “el director está en reunión”; “falta un documento en su carpeta”, son algunas de las muy concurridas. Uno excepcional, que le hubiera encantado tanto a Bruno como a Twain, fue colocado en el firmamento por una secretaria que atendía a un desesperado cobrador, a quien anunció, con una sonrisa encantadora: “Ya tengo para su cheque pero me falta la firma”.

El glorioso advenimiento de la era informatizada introdujo novedosas técnicas y procedimientos particularmente útiles para administrar verdades y falsedades. Junto con la Informática prosperó un concepto que vino a proporcionar un valioso apoyo a la falseática empresarial: el Sistema.

El Sistema es abstracto, prodigioso, inefable. Se nos impone de tal forma que, en los trámites burocráticos, nuestra suerte ya no depende de voluntades humanas, como antes, sino que subyace bajo esa omnipotente entidad, dotada de la indisputable autoridad de aceptar o rechazar solicitudes, hacer correr o detener procesos, incorporar o expeler datos, cifras y señales, todo ello sin que el empleado conozca el por qué ni el cómo. A veces el Sistema “cae”, y cuando ocurre, el mundo se paraliza. En las oficinas públicas el Sistema puede contener toda la información acumulable, tanto como, simplemente, faltarle la única importante. Es capaz de calcular mal y recalcular mal varias veces, pero jamás lo hará a nuestro favor porque en esto, y solamente en esto, el Sistema es infalible.

Pese a todo, no se dicen hoy en día, según veo, mejores mentiras que antaño, aunque sí algo novedoso: la manufactura en serie, que no sólo es industria lícita sino, a menudo, hasta popular. La Publicidad es su tambor mayor y la Política su banda lisa. Los que desfilamos al compás somos los consumidores de sus trucos y fullerías, desde los brutales hasta los corteses.

Como lo falso y lo verídico se tornaron conmutables, hoy se requieren profesionales para manejar con habilidad la política y los negocios. Esto ya lo entendieron algunas universidades, asumiendo entusiastamente la responsabilidad de formarlos, ofreciendo carreras y despachando títulos habilitantes. De hecho, pues, en estas universidades, al tiempo de enseñarse a buscar la verdad, también se enseña a disfrazarla.

En épocas anteriores solamente los abogados tenían esta licencia académica. Solían decir a sus clientes: “Ud. dígame toda la verdad, que yo me encargaré de las mentiras”. Hoy están casi arruinados por la competencia desleal. En lo que no se compite, fíjense, es en el arte de decir verdades; ni siquiera verdades injuriosas.

glaterza@abc.com.py

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