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Ese abuso de los próceres es frecuente en todos los gobiernos autoritarios. En el Paraguay, el doctor Francia, el Mariscal López y Bernardino Caballero fueron la base de la retórica de la dictadura, a la que en realidad no le importaban los méritos ni los errores de estas figuras históricas sobresalientes, sino que, mitificándolas y falseándolas, podía usarlas para alimentar un discurso nacionalista exagerado y justificar su autoritarismo.
Falsear la historia y endiosar a los próceres, deshumanizándolos, no los enaltece sino que los deshonra y destruye la verdadera dimensión de sus acciones, convirtiéndolos en figuras decorativas, nombres poderosos con los que construir una retórica mentirosa, interesada y demagógica.
Quizás el ejemplo reciente más excesivo es el abuso de la figura de Simón Bolívar por el autodenominado “Bolivarianismo”, disparate formulado en Venezuela, pero que se acomodó a los intereses de varios gobiernos de la región, incluyendo el de Fernando Lugo en nuestro país, bajo la denominación de Socialismo del Siglo XXI.
Digo que es disparatado porque, más allá de ser un mal refrito ideológico de comunismo y fascismo, ha sido mal llamado socialismo, del que toma solamente la retórica social, y mal fechado en el siglo XXI, porque retoma las formulas fracasadas del siglo XX, los autoritarismos de principios del siglo en Europa y de los años cuarenta y cincuenta en nuestra región.
En todo caso, cualquiera que haya leído lo que Bolívar escribió o alguna historia seria sobre sus acciones, comparando con las definiciones del discurso “chavista”, tiene indefectiblemente que llegar a una conclusión: Bolívar no era nada “bolivariano”.
De hecho Simón Bolívar fue un gran hombre de enorme impacto histórico, como héroe, como libertador y como militar, pero era sobre todo un hombre de acción y no un pensador o un innovador político.
Bolívar era, además, un admirable idealista que soñaba con una América Latina unida como un solo país; pero que tenía un pensamiento, acorde con los tiempos en que le tocó vivir, nada “popular”, sino totalmente aristocrático (hasta deseaba que los cargos parlamentarios fueran hereditarios) y, por supuesto, de socialista tenía tanto como yo de monje tibetano, con toda lógica porque en su época lo que hoy conocemos como ideología socialista ni siquiera estaba formulada.
Dice una tradicional frase, muy popular entre los estudiosos de las ciencias sociales, que “los pueblos que no conocen su historia están condenados a repetirla”; quizás en América Latina tenemos una historia tan trágica de dictaduras y fracasos porque nuestro desconocimiento de la historia permite a cualquier demagogo ambicioso, sin escrúpulos ni cultura, abusar de nuestros próceres.
De todas formas, la única idea de Bolívar que ha llevado a la práctica Chávez, que no fue otra cosa que un militar ambicioso que llegó al poder en las urnas tras haber fracasado en apoderarse del gobierno mediante una asonada militar, y su sucesor, el impresentable Maduro, es aquella desgarradora frase con la que el prócer expresó su decepción no como libertador, sino como político: “Lo mejor que se puede hacer en América es emigrar”.
rolandoniella@gmail.com