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Tan desesperada era la situación que, en 1875, el presidente Gill hizo invitar a Elisa “Madama” Lynch a visitar la tierra de sus hijos y recordar viejos tiempos. En realidad, don Juan Bautista planeaba apretarla hasta que revelara dónde se había enterrado todo el oro del Mariscal. Antes de terminar el día de su arribo, la Madama se tuvo que refugiar en un buque inglés sin revelar otra cosa que su coraje. Le desafió a Gill a que la apresara para poder defenderse.
Al retirarse las fuerzas de ocupación brasileñas el 22 de junio de 1876, la Aduana iba a comenzar a recaudar impuestos y con eso se iba a solventar al gobierno. Sobraba un 4% de los ingresos aduaneros que el Congreso decidió utilizar para llevar adelante el más exitoso programa de combate a la pobreza de la historia paraguaya por medio de la creación, por ley del 29 de diciembre de 1876, de “una institución de Enseñanza Superior”. Casi al día siguiente, el 4 de enero de 1877, el presidente Gill la promulgó.
Según los líderes intelectuales del joven Paraguay de entonces, José Segundo Decoud, 28, y Benjamín Aceval, 33, había que brindar educación a marcha forzada a la población para poder llenar las necesidades de funcionarios que hicieran funcionar el Estado. Lo que resultó se denominó Colegio Nacional y consiguió el milagro de erigir una élite intelectual en menos de una década. El material seleccionado para su formación se compuso de niños inteligentes y despiertos pero pobres y del interior. El Gobierno les pagaría los pasajes, la ropa, un traje de poplín, uno de paño de lana negro, tres pares de calzoncillos, medias y camisas, aparte de zapatos. Ya en Asunción, los becados recibirían albergue, comida y útiles escolares.
Simultáneamente, salieron a buscar alumnos en la campaña y un director en Buenos Aires. Fracasaron en ambos proyectos. Los alumnos pobres de campaña que fueron reclutados “dando especial preferencia a los más pobres y sólo, en el caso poco probable, que no los hubiera, se becará de las familias solventes”. Los que vinieron le partirían el alma al más estoico. En su mayoría, no sabían leer, no sabían escribir, no conocían las cuatro operaciones de la Aritmética básica y no hablaban castellano.
Con el director no les fue mejor. Contrataron a un mexicano, José Agustín de Escudero, experimentado en el campo educativo pues tenía un doctorado y buena experiencia. Llegó de Buenos Aires en marzo de 1878 e inmediatamente se hizo cargo de la institución. Inmediatamente, la comisión encargada de dirigir el colegio le hizo la guerra, lo acusó de anticuado, le hizo un sumario administrativo, le suspendió del cargo y el decreto de su expulsión fue firmado por el Presidente en ejercicio Uriarte el 28 de octubre.
Como siempre ocurre en el Paraguay, el técnico extranjero reclutado como salvador de la patria es elogiado sin límites antes de comenzar sus tareas. Luego, sin demora, se descubre que no conoce el medio ni las costumbres locales, no habla guaraní para entenderse con la gente y no era tan gran docente, al final de cuentas.
Lea en la segunda entrega: Los paraguayos se hacen cargo
*Egresado CNC 1966, autor del libro: “Colegio Nacional: Revolución Social y Educativa, 1869-1885”