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Exageran los que creen que en el Paraguay estamos retornando a los tiempos de Juliano El Apóstata, pero mírese también hacia los que piensan que nada pasa. El mensaje del Consejo Permanente de la CEP insta a su comunidad a la serenidad, a la prudencia y a no emplear recintos eclesiásticos para actividades políticas. Se diría que la CEP entiende que es la feligresía la que está haciendo y diciendo tonterías peligrosas.
Algunos confiaban en que la asamblea episcopal recogería el guante y requeriría a Nicanor para que jure y confiese si acaso bajo su carpa partidaria no se acoge a muy malos pastores religiosos, de esos que llevan su rebaño a pastar a haciendas públicas, y de los que gustan de trasquilar ovejas fiscales. La excesiva condescendencia de la CEP con el gobernante es síntoma de debilidad. Se diría que al catolicismo paraguayo le ocurre lo que al Partido Colorado, que en sus padrones tiene el doble de afiliados que de votos en las elecciones.
Véanse a esos católicos nicanoristas que desde que su líder lanzó su blitz contra la clerecía adoptan la pose de críticos, exhortando a su Iglesia a animarse a hacer un inventario de sus tachas, vicios y pecados. ¡Miren quiénes! No sé yo de cuanta autocrítica requiera la Iglesia hoy, pero si nunca la hubiera tenido no habría luteranismo. Y traigo a la memoria aquella tremenda afirmación atribuida a San Agustín: Muchos de los que son venerados en los altares arden en el infierno. ¿Querían autocrítica?
Pero en mejor posición aun que los nicanoristas neocatólicos críticos están los nicanoristas visionarios, los que hace ya mucho tiempo vieron la luz, abandonaron su confesión original y se arrojaron jubilosos a la pila bautismal de la que, había sido, era la única religión verdadera. Es seguro que todos estos tipos continúan convencidos de que merecen disfrutar de las delicias de la vida eterna, aunque les parece más prudente asegurarse primero algunas más tangibles en esta.
Es cierto asiéntese en el acta de la CEP que Nicanor desmintió que se proponga agraviar a la Iglesia católica; sólo desea informar al pueblo acerca de las ofensas a Dios y a la ley perpetradas por algunos sacerdotes católicos e instar a no volver a confiar en las sotanas. Nótese, además, sólo de paso, que el Presidente suele mostrar señalado interés hacia esta prenda de vestir; ya advirtió a su auditorio de que era peligrosa pues desconcierta respecto al sexo de quien la lleva, aconsejando saludablemente a su electorado no dejarse sorprender confundiendo sotanas con polleras femeninas.
Los que peor parados quedan luego de esta docta disquisición presidencial son los curas del Opus Dei, únicos que todavía padecen los rigores del casimir inglés en sus negrísimas sotanas. Los demás curas hace mucho tiempo desistieron de vestir esta prenda fuera del templo. La sotana, desde luego, tuvo ya sus días contados desde la invención de la bicicleta.
Demos a los políticos en campaña la franquicia para intentar ser chistosos y distender el ambiente con algunos disparates, así como observamos amablemente las piruetas y gestos histriónicos de los deportistas en la cancha. De modo que, admitiendo que el discurso tilingo es relativamente tolerable en el marco de las competencias electorales, la cuestión pendiente ardua será siempre saber determinar dónde debe detenerse la tontería, cuándo se ha de dejar de divertir a la concurrencia y comenzar a intentar hacerle pensar.
Los asesores de tácticas retóricas políticas y los profesionales de la construcción de imágenes electorales deben saberlo muy bien; pero no lo enseñan, por lo visto, a todos sus clientes.
glaterza@abc.com.py
Algunos confiaban en que la asamblea episcopal recogería el guante y requeriría a Nicanor para que jure y confiese si acaso bajo su carpa partidaria no se acoge a muy malos pastores religiosos, de esos que llevan su rebaño a pastar a haciendas públicas, y de los que gustan de trasquilar ovejas fiscales. La excesiva condescendencia de la CEP con el gobernante es síntoma de debilidad. Se diría que al catolicismo paraguayo le ocurre lo que al Partido Colorado, que en sus padrones tiene el doble de afiliados que de votos en las elecciones.
Véanse a esos católicos nicanoristas que desde que su líder lanzó su blitz contra la clerecía adoptan la pose de críticos, exhortando a su Iglesia a animarse a hacer un inventario de sus tachas, vicios y pecados. ¡Miren quiénes! No sé yo de cuanta autocrítica requiera la Iglesia hoy, pero si nunca la hubiera tenido no habría luteranismo. Y traigo a la memoria aquella tremenda afirmación atribuida a San Agustín: Muchos de los que son venerados en los altares arden en el infierno. ¿Querían autocrítica?
Pero en mejor posición aun que los nicanoristas neocatólicos críticos están los nicanoristas visionarios, los que hace ya mucho tiempo vieron la luz, abandonaron su confesión original y se arrojaron jubilosos a la pila bautismal de la que, había sido, era la única religión verdadera. Es seguro que todos estos tipos continúan convencidos de que merecen disfrutar de las delicias de la vida eterna, aunque les parece más prudente asegurarse primero algunas más tangibles en esta.
Es cierto asiéntese en el acta de la CEP que Nicanor desmintió que se proponga agraviar a la Iglesia católica; sólo desea informar al pueblo acerca de las ofensas a Dios y a la ley perpetradas por algunos sacerdotes católicos e instar a no volver a confiar en las sotanas. Nótese, además, sólo de paso, que el Presidente suele mostrar señalado interés hacia esta prenda de vestir; ya advirtió a su auditorio de que era peligrosa pues desconcierta respecto al sexo de quien la lleva, aconsejando saludablemente a su electorado no dejarse sorprender confundiendo sotanas con polleras femeninas.
Los que peor parados quedan luego de esta docta disquisición presidencial son los curas del Opus Dei, únicos que todavía padecen los rigores del casimir inglés en sus negrísimas sotanas. Los demás curas hace mucho tiempo desistieron de vestir esta prenda fuera del templo. La sotana, desde luego, tuvo ya sus días contados desde la invención de la bicicleta.
Demos a los políticos en campaña la franquicia para intentar ser chistosos y distender el ambiente con algunos disparates, así como observamos amablemente las piruetas y gestos histriónicos de los deportistas en la cancha. De modo que, admitiendo que el discurso tilingo es relativamente tolerable en el marco de las competencias electorales, la cuestión pendiente ardua será siempre saber determinar dónde debe detenerse la tontería, cuándo se ha de dejar de divertir a la concurrencia y comenzar a intentar hacerle pensar.
Los asesores de tácticas retóricas políticas y los profesionales de la construcción de imágenes electorales deben saberlo muy bien; pero no lo enseñan, por lo visto, a todos sus clientes.
glaterza@abc.com.py