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Esa función, la de manejar “votantes mercenarios” para intentar distorsionar resultados electorales, es uno de los “oficios” que tuvo un muy próspero devenir gracias al aporte estatal y al subsidio electoral a los partidos políticos. Con ese dinero –que es de todos y cada uno de los paraguayos y extranjeros que viven en el país y que pagan impuestos– se inició la era de los punteros rentados, verdaderas barras bravas electorales.
Es solo uno de los varios ejemplos de la asquerosa distorsión que caudillos políticos realizaron del objetivo original que fue la idea de otorgar un aporte estatal de sostenimiento de los partidos políticos, a fin de que estos se convirtieran efectivamente en los garantes de la democracia paraguaya.
Hoy, ese número de operadores ha crecido exponencialmente hasta llegar a cerca del millón de personas. Un millón de votantes que en un padrón de casi cuatro, distorsionan cualquier voluntad popular. Es decir, son un carcinoma electoral para el cual no existe remedio, porque nadie hace nada al respecto.
No se sabe, ni se supo nunca, que el dinero se haya invertido en secretarías destinadas a la formación de líderes, por ejemplo. O que se haya becado a jóvenes de las juventudes políticas en universidades de renombre vinculadas a las corrientes de pensamiento que propugnan sus partidos. O que se haya realizado con el subsidio y aporte algo más que criar paniaguados, organizar mitines electoralistas, manifestaciones propagandísticas o festejos de cerveza y choripán.
El problema no es el subsidio o el aporte estatal, el problema son las autoridades partidarias que usan y abusan del dinero del pueblo para la manutención de sus punteros, sus intereses particulares e incluso inconfesables, mientras el país sufre la irresponsabilidad de dirigentes inútiles, mediocres y paniaguados, incapaces de ver más allá de sus propios apetitos.
ana.rivas@abc.com.py