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Comenté la semana pasada que la Carta de las Naciones Unidas sobre los Derechos Humanos (1948), la Convención sobre los Derechos de los Niños (1995) y nuestra Constitución Nacional (1992) obligan a los educadores a educar y atender las necesidades espirituales de los niños. En nuestro país, el desafío es saber cómo se educa y desarrolla la dimensión espiritual de los niños, porque el sistema educativo, los diseños curriculares y los programas del MEC no han expresado qué y cómo hacer para desarrollar la dimensión y competencia espirituales.
Cuando nuestro Estado se identificaba con la religión católica y de una manera u otra en las escuelas se daba como asignatura religión o cultura religiosa, el problema de atención a lo espiritual quedaba paliado. Pero cuando el Estado se ha declarado laico y en la mente de la mayoría, erradamente lo espiritual se confunde con lo religioso, al suprimir las clases de religión, se ha borrado también lo espiritual. Y como nunca se trabajó pedagógicamente para desarrollar lo espiritual en sí mismo, ahora no hay experiencia docente sobre la educación y el desarrollo de la dimensión espiritual.
Consta documentalmente que desde 1944 las escuelas británicas tienen planificada e integrada en sus respectivos currículos y programas la educación y desarrollo de la dimensión espiritual. Esto quiere decir que hay demasiada experiencia sobre cómo educar esta dimensión esencial del ser humano. Cito la experiencia anglosajona porque es especialmente iluminadora, teniendo en cuenta que por las escuelas británicas han pasado y siguen pasando niños, adolescentes y jóvenes de muy diversas culturas y de un notable pluralismo religioso, dada la diversidad de regiones y países del mundo que han estado vinculados a Inglaterra por la expansión de su antiguo Imperio Británico.
La bibliografía sobre cómo educar y desarrollar la dimensión espiritual es cada día más abundante, también en castellano, porque además de publicar experiencias tan consolidadas (desde 1944) se añaden los aportes clarificadores que nos ofrecen los descubrimientos científicos sobre la dimensión espiritual, desde disciplinas y ciencias tan diferentes como biología, genética, neurología, psicología, psiquiatría, física cuántica, pedagogía, epistemología, antropología cultural, sociología, etc.
En pedagogía y didáctica para el desarrollo de la dimensión espiritual hay que considerar dos campos de intervención: el campo de los conocimientos que debe adquirir el educando sobre su dimensión espiritual y la naturaleza de lo espiritual; y el campo de las vivencias y experiencias espirituales que tiene y puede desarrollar. Para ambos campos se requiere una pedagogía interdisciplinar. Lo espiritual y su energía para ser vividos no necesitan de ninguna ciencia, pero para identificarlos, observarlos y comprenderlos con mayor amplitud y sus implicancias, serán extraordinariamente útiles los conocimientos que nos den las ciencias.
La metodología debe ser eminentemente experiencial, acompañada de la introspección y posterior reflexión sobre lo experimentado, para apropiarse consciente y reflejamente de la experiencia tenida.
Requiere un entrenamiento en la concentración y el silencio interior, con progresivo dominio de la interioridad, para que aprenda a vivir desde dentro hacia fuera, tanto o más que desde afuera adentro.
Se trata de una pedagogía del “sentido”, que no se contenta con enseñar lo que las cosas son y cómo son, sino que busca, en el por qué son, el “sentido” de las cosas y, sobre todo, el sentido último de su propia vida. Da un salto más: además de enseñar la utilidad o inutilidad de cuanto existe, le ayuda a descubrir su trascendencia y aprende a trascenderse a sí mismo por encima del tiempo, el espacio y las circunstancias, con energías espirituales tan profundas y poderosas como el amor.
La pedagogía espiritual enseña a ver en la diversidad y el pluralismo de las personas, la naturaleza y el cosmos la unidad, que nos configura en el UNO existencial.