Del boldo al “yaguareté ka’a”

Con una delicada metáfora botánico-gastronómica, Nicanor Duarte Frutos describió a su carnal José Alberto Alderete como “té de boldo”. ¿Por qué? Porque no hace ni bien ni mal. Una especie de “mandi’o ýre” (mandioca con agua) o, lo que es lo mismo, ni chicha ni limonada. Ni fu ni fa. Ni frío ni calor. Lo que el general Stroessner prefería definir como “café con leche”, un líquido híbrido que no es ni café ni leche.

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No estoy muy seguro de que la definición sea la correcta. Pero, de todos modos, el ejemplo del Tendota anima a buscar nuevas explicaciones, siempre dentro del escenario propuesto por él. Al respecto, la farmacopea popular provee una serie de infusiones, cada una de las cuales dotada de una serie de propiedades, reales o imaginadas. Será cuestión de estudiar a quién le calza cada una de ellas, y así tendremos un cuadro completo de la clase política paraguaya. En este caso, desde la perspectiva de los “remedios yuyos”, de tan arraigada vigencia en nuestra cultura.

Por ejemplo, ¿a quién le cae mejor ser calificado como el tranquilizador té de murucuyá, brebaje infalible para devolver la calma a los corazones encabritados? Debe ser alguien calmoso y sereno, capaz de transmitir ese mismo espíritu a los demás. Es decir, el sujeto ideal para llevar la paz a los debates alborotados; alguien como aquel célebre Néstor, el anciano rey de Pilos –suave en el hablar, en cuya boca las palabras fluían más dulces que la miel–, siempre llamado a poner fin a las disputas entre los jefes aqueos que sitiaban Troya.

Veamos el té de kurupa’y, que, según algunas versiones, posee virtudes singulares: causa somnolencia y hasta puede llevar a sueños hipnóticos, donde naveguen los delirios más intensos. ¿Quién tiene esa virtud, de adormecer a los demás, hasta el extremo de sumirlos en un mundo de fantasías coloridas? ¿Algún chamán de la política, capaz de hacer creer a la gente que su sola presencia ahuyentará las tempestades, desviará el ojeo e impedirá que se corte la mayonesa?

¿Y la fatídica combinación del sen con la rosa mosqueta, capaz de vaciar los intestinos en una flojera interminable? Hay ciertos sujetos que parecen estar signados por esa desgracia, que puede llegar, según varios ejemplos vivos, al propio cerebro. El resultado es una suerte de incontinencia verbal, que puede convertir a su víctima en una verdadera máquina de decir disparates. El periodismo –aceptémoslo– también abunda en estos especímenes.

No debe faltar el infalible té de “yaguareté ka’a” (hierba del jaguar), que permite digerir plácidamente los atracones más escandalosos. Basta con echarse al estómago una taza de este mágico elixir para que desaparezca al punto toda amenaza de malestar estomacal. Recomendable cuando se devoran licitaciones, gastos reservados, cargos, rubros para “entidades sin fines de lucro” y compras del Estado.

Ni gases, ni retortijones de tripas; ni siquiera ese concierto de chillidos y maullidos que suele acompañar a los empachos.

¿Y el eficiente “para para’i” (rompepiedras), recomendado para disolver los pedruscos que se forman en los riñones, que en algunos casos adquieren el volumen de verdaderas rocas? ¿No conocemos a varios sujetos que degluten venenos, diatribas, querellas, denuncias, publicaciones periodísticas y toda clase de acusaciones sin que se les mueva un pelo? Todo es absorbido fácilmente y enviado después al mingitorio, que las hará desaparecer para siempre. Se les puede acusar de haber degollado a la madre sin que hagan siquiera un parpadeo.

La lista de infusiones puede ser muy larga, y sus propiedades, infinitas. Sirven, en efecto, para darle un mote a cada quien, siguiendo la ingeniosa huella del Tendota.

helio@abc.com.py
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