De puntillas

Europa sigue empeñada en no ver lo que salta a la vista ni escuchar lo que advierte el buen juicio y cuando reaccione, si alguna vez reacciona, puede que sea demasiado tarde.

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El aniversario del horrible atentado de Bruselas fue conmemorado en Londres con otra atrocidad. Igual que de costumbre, costó que los funcionarios confirmaran la identidad del terrorista, como si mantenerla oculta unas horas sirviera para algo. 

Cuando al fin reconocieron que se trataba de un delincuente musulmán local y el Estado Islámico reivindicaba la acción de su soldado como el castigo adecuado a ciudadanos de la coalición de naciones, las autoridades restaron entidad a la masacre al asegurar que ninguna violencia atemorizará a los británicos y los distraerá de su manera de vivir. 

El fenómeno se repite en casi todas las naciones europeas. Mientras se multiplican los atentados musulmanes, sus violaciones, robos, agresiones, desplantes, manifestaciones y amenazas, la prensa responde en general minimizando o ignorando los hechos, y los gobiernos dan más concesiones a estos inmigrantes que no se ocultan para decir que no piensan integrarse en ninguna sociedad occidental. 

Cada nueva generación mahometana en el viejo continente es más rebelde e intransigente. Hay barrios enteros en que la policía no entra y zonas en que rige la sharía, no la ley nacional. En las cárceles mandan ellos, las mezquitas crecen como hongos y cada vez más las calles pertenecen a sujetos que piden limosna con escopeta. Bueno, no piden limosna: exigen derechos, prestaciones y privilegios. 

En cierta medida, la llave de los truenos la tiene ahora el presidente turco Recep Tayip Erdogan, que quiere suprimir el cargo de primer ministro y asumir funciones y poderes que lo convertirán en sultán hasta 2029, retrotrayendo Turquía a tiempos previos a Mustafá Kemal Ataturk, el primer presidente republicano y modernizador de la nación. 

Precisamente para hacer campaña entre los millones de turcos que viven en Alemania y Holanda a favor de la votación que convocó para abril, Erdogan despachó a varios delegados, los cuales no fueron admitidos en esos países porque se consideró impropia tal campaña. 

Erdogan montó en cólera. Dijo que Holanda, por haber sido ocupada por Hitler en la guerra, se había contagiado con los gérmenes nazis. A Alemania la acusó de hostilidad, le exigió más dinero y la amenazó con romper los convenios al dejar de controlar la emigración salvaje. Como quien no quiere la cosa, instó a los turcos en Europa a tener cinco hijos porque son el futuro de un continente envejecido. Y, a modo de colofón, añadió que, como Europa mantenga ese rumbo, pronto sus ciudadanos no podrán siquiera pasear por sus calles con seguridad. 

Los gobiernos europeos, muertos de miedo que ya estaban, no saben cómo reaccionar. Y si llevaban tiempo caminando de puntillas para no hacer ruido, ahora redoblan la cautela, como si se vieran obligados a pisar huevos sin cascarlos. Pero eso es algo sumamente difícil. Aparte de que la mayoría de tales huevos no hace falta quebrantarlos, porque ellos solos están eclosionando y del interior de cada uno sale un terrorista musulmán con una daga, un hacha, un fusil o una bomba. 

[©FIRMAS PRESS]

* Analista político

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