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Lo primero que se saca en limpio es que con esa simple frase, que puso en práctica inmediatamente, la política que se pretende hacer en el país ha retrocedido cincuenta años. Y a esos cincuenta años, hay que sumarles los que quedan hasta 1811 cuando había un cabildo en el que estaban representados los intereses y las preocupaciones de la ciudadanía, no solo los de un grupo determinado.
Cartes ya había llegado al sitio donde se realizaba la reunión en medio de hurras y gritos de “rekutu... rekutu” (reelección) y luego, ya en plena asamblea, dijo lo de “voy a obedecer a los convencionales” que le pedían, a voz en cuello, la destitución de todos los ministros y otras autoridades que no fueran, no solo del Partido Colorado, sino incluso a aquellos que, siéndolo, no comparten la línea oficial del partido. “No voy a esperar al lunes”, agregó, y anunció que el ministro del Interior, Francisco de Vargas, quedaba destituido. Mientras tanto el otro, el de Hacienda, Santiago Peña, se estaba probando ya cómo le quedaba el pañuelo rojo al cuello y afilaba la punta del lápiz para firmar su afiliación.
El caso de De Vargas es muy particular. Desde hace tiempo la gente, incluido yo, viene pidiendo su destitución por su fracasada misión al frente del Ministerio del Interior y su incapacidad para detener la ola de delincuencia que sufre el país. La destitución se hubiera realizado por los canales normales. La humillación a la que fue sometido no se la merece nadie, ni el más encumbrado ni el más miserable, ni el más poderoso ni el más insignificante. Si trata de este modo a quién fue un colaborador muy cercano, que se preparen todos porque en cualquier momento los convencionales pueden pedir su cabeza y él, el Presidente, muy sumiso, procederá a escuchar tales gritos.
Hemos regresado a la política de las hurras, de los gritos, de las amenazas, de la prepotencia, de la soberbia de quienes por un accidente, por una maniobra no transparente, o por una causalidad, tienen en sus manos una cuota de poder. De aquí en adelante podemos esperar que se hable de nuevo de las “bombas coloradas” (Sabino Augusto Montanaro), de los “macheteros de Santaní” (Pastor Coronel), del “moderador de la Universidad Católica” (Ramón Aquino), de los “apaleadores de la Chacarita” (el mismo Aquino). El aparato se ha puesto en marcha. El desarrollo de esta asamblea de “hombres libres”, que demostraron no serlo, lo está diciendo claramente.
Hay que sumarles además que afirmó no haber violado nunca la Constitución, que no es él el importante, sino “la unidad del partido”. ¿Volveremos a la “unidad granítica de Gobierno-Partido-Gloriosas Fuerzas Armadas”, según la fórmula defendida y aireada por el dictador Stroessner? A nadie le importaba entonces, y posiblemente tampoco ahora, que de este modo estaba asegurando que su gobierno no era otra cosa que una dictadura fascista. Porque solo las dictaduras, no importa que sean de izquierdas o de derechas, todas ellas son iguales, confunden esas tres áreas y se sirven de ellas para tiranizar a sus pueblos: desde Hitler a Stalin, desde Castro a Maduro.
El broche de oro fue cuando se resolvió que se sacará de la lista a candidatos para intendentes, gobernadores y parlamentarios a quienes no apoyen el proyecto de reelección. Entonces, ¿para qué mantenemos con un coste enorme de dinero a esa cantidad de diputados y senadores si llegado el momento las cosas se resolverán entre cinco o seis dirigentes partidarios encerrados entre cuatro paredes? Mandémoslos a todos a sus casas, ahorramos una buena suma del presupuesto de la nación y dejemos que los hurreros, los ovacionadores y los convencionales, a grito pelado, decidan por todos nosotros lo que se debe hacer en la nación.
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