De burros y humanos

Una de las palabras más suaves para ofender, pero sin embargo más lapidarias que se utiliza en las redes es “burro”. Hay gente que se lo dice de entrada a otra, y otros que, cansados de esgrimir sus argumentos, la aplican para cerrar una discusión.

Si desglosamos el temperamento del animal, podemos llegar a un punto interesante y así avanzar un pasito en la comunicación e interrelación que ya, en el agitado tiempo actual, no es una opción sino una obligación colectiva. Convertido en un adjetivo, el burro en sí era en la antigüedad un animal muy querido por su nobleza, fuerza y austeridad alimenticia. Si aplicamos los estudios psicológicos de este animal a las personas, podemos recopilar elementos útiles: “Muy inteligente, alerta, curioso y cariñoso, cuando no está sometido a malas condiciones (por ej.: trato cruel, refugio malo, mala comida y agua o sobrecarga de trabajo). Aprende rápido, un burro bien tratado es calmado, tolerante, leal, cariñoso, paciente y servicial. Es sensible, podría parecer tonto cuando en realidad está asustado o confundido. Tiene sentido común y no es propenso al pánico. Reconoce el peligro”. Todas estas características también existen en los humanos y no es coincidencia que las razones de la tozudez tengan la misma raíz: malos tratos.

El uso popular ha generado tantísimas animalizaciones: “Coloca tu burro junto a otros burros y aprenderá a rebuznar”, “Cuando el arriero es malo/ les echa la culpa a los burros”, “Dale de comer rosas al burro y te responderá con un rebuzno”, “Es combate disparejo/ el del tigre y burro viejo”, entre otros.

Hay palabras que se utilizan como sinónimos de burro: ignorante y bruto, términos dichos de manera más elegante pero con la misma intención y significado. Vale decir aquí que quien más acceso ha tenido a la educación e instrucción, tiene una obligación tácita social y pedagógica con aquel que tuvo menos oportunidades de aprendizaje, o, en última instancia, no callarse. Bien se dice que “el título no corta las orejas”, y no pocas personas formadas, universitarias, acaban insultando de la manera menos esperada.

Cuando extraemos palabras ofensivas y bajas de nuestro sistema de defensa, significa que caemos en la provocación y acabamos en el mismo molde que criticamos. Tenemos ejemplos de gente de alto nivel o mando que lanza cada disparate y no se retracta. En otras palabras, todos tenemos algo de poetas, locos… y burros (desconocemos temas que no están en nuestro campo).

Las cuestiones difíciles que debemos afrontar como sociedad, esta siembra organizada de la discordia que nos toca, requiere que busquemos estrategias de entendimiento y mucho tiene que ver con los calificativos que aplicamos. La palabra tiene efecto devastador o creador. Existen miles de palabras para enriquecer nuestro vocabulario; busquémoslas.

Tomemos, pues, lo bueno del burro (su sensibilidad y sentido común) y sumémosle nuestra dote de razón y humanidad. Si se expone una idea y aparecen personas que no la comparten, no la entienden o solo quieren contradecir, no es necesario empacarse o embestir una y otra vez; simplemente retirarse interiormente para no volver o hacerlo en otro momento. Letrados y burros solemos tener reacciones muy similares.

lperalta@abc.com.py

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