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Cada formación social genera su propio modo de estructurar la actividad y la organización políticas. Cuando se intenta describir esa estructura, los analistas acuden a metáforas o imágenes que permiten visualizar algo que no se nos presenta de manera sensible. Así, desde cierta perspectiva, la estructura de la política es concebida como un sistema, es decir, como una organización compleja que recoge y transmite información, genera actividades y controla resultados. La organización tiene autonomía, pero está vinculada a un entorno del que recibe información y sobre el cual, a su vez, actúa. Desde ese punto de vista, el sistema político es similar al sistema de climatización de una habitación. El sistema recibe una información (la temperatura registrada), la procesa y comprueba si se ajusta a unos valores previamente determinados, en función de la temperatura deseada. En caso de desajuste entre la temperatura registrada y la temperatura deseada, emite una instrucción para activar el calefactor o el refrigerador, aumentando o disminuyendo la temperatura existente, según el caso. Comprueba de nuevo la información (la nueva temperatura) y, en caso necesario, emite una nueva instrucción que detiene el calefactor o el refrigerador. Y así permanente y sucesivamente.
De manera análoga, corresponde al sistema político desempeñar estas funciones. Recibe de su entorno social distintos mensajes, en forma de noticias, demandas, reivindicaciones o apoyos de los diferentes actores. Procesa esa información y la contrasta con los valores y las ideologías dominantes, es decir, con la disposición social a alterar o mantener la situación detectada. Emite una orden de intervención en forma de política pública que contenga disposiciones legales, mandatos gubernamentales, acciones administrativas, campañas de propaganda, etcétera. Con ello pretende incidir sobre la realidad, corrigiendo la situación registrada o, en otros casos, reforzándola con nuevos recursos. El impacto de la política pública sobre el entorno dará lugar a nueva información que alimentará otra vez la acción del sistema y desencadenará intervenciones posteriores. De acuerdo con el modelo, el entorno del sistema político se configura con el conjunto de interacciones económicas, culturales y sociales que se produce en la sociedad. Esas interacciones reflejan situaciones de tensión o conflicto entre diferentes actores, de modo que es el entorno el que presiona sobre la política y reclama intervención. Sobre esa base, si un gobierno recibe demandas y no las satisface, o recibe apoyos y no los recompensa, tendrá dificultades para mantenerse en el poder.
Desde este punto de vista podría equipararse la gobernabilidad a la existencia de un equilibrio entre el sistema político y el entorno social, de modo que la gobernabilidad supondría, en lo esencial, una suerte de correspondencia entre las demandas sociales y las decisiones políticas. Si el sistema político no es capaz de adoptar políticas públicas eficaces y dar respuesta a los conflictos detectados, se acumularán los problemas pendientes y se acentuarán los desequilibrios y las tensiones. Precisamente, la división interna del coloradismo produce una alteración de ese sensible equilibrio que llamamos “gobernabilidad”. Las señales más obvias de la crisis instalada ya están a la vista. En pocos días, el Gobierno ha sido objeto de críticas, reclamos, insinuaciones, amenazas, denuncias, bloqueos, rechazos e interpelaciones, y todo ello con el respaldo de un sector sumamente importante de su propio partido. Me temo que estamos ante una nueva crisis política con consecuencias imprevisibles. Confieso que la memoria y la imaginación me agobian.
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